domingo, 25 de septiembre de 2016

¿Por qué vota la gente lo que vota? ... Por Juan José Tellez.

QUE USTED LO VOTE BIEN.-
Influye más el instinto que la ideología a la hora de votar. Pero nuestro sexto sentido puede llamarnos a irreparables errores de cuatro años. Quizá hubiera que cargar, como ocurría antiguamente, al corazón con la razón. Sobre semejante albur, a la luz de las elecciones vascas y gallegas, intento reflexionar en mi artículo de "Público".
¿Por qué vota la gente lo que vota?
Por qué vota la gente lo que vota? Porque llueve o no llueve, porque falta pasión, vida o poesía. Vaya usted a saber.
La gente vota lo que vota porque quiere. Así de simple. O porque cree que quiere lo que quiere.


En las elecciones gallegas, si las encuestas no se equivocan esta vez, ganará por amplia mayoría Alberto Núñez Feijoo, un candidato que ha intentado por todos los medios esconder las siglas del Partido Popular, aquejado de un ataque de tribunales y síndrome de corrupción generalizada. No le hubiera hecho falta: a pesar de la millonaria pérdida de votos, los conservadores mantienen un electorado fiel que estaría dispuesto a perdonarle incluso que trinquen a Mariano Rajoy robando el cepillo de la iglesia en donde acabe de comulgar su ministro Jorge Fernández Díaz, que esta misma semana vino a identificarse como ganador de la guerra civil durante la exhumación de los restos de Mola y de Sanjurjo.

¿Quiere decir que todos los electores del Partido Popular, en Galicia o en donde sea, son fachas y corruptos? Claro que no, pero no les importa que sus líderes lo sean.

Sin memoria democrática.-
¿Por qué? Porque corre el rumor de que la corrupción es generalizada, a pesar de que el PP gane por goleada en ese palmarés y, por otra parte, en España no ha existido un ejercicio real de memoria democrática. El discurso oficial abundó durSiante años en el supuesto de que la Ley de Aministía de 1977 había cerrado las cicatrices de la guerra y de la posguerra. Aunque nunca se le calificó como ley de punto final era una ley de punto final, muy distinta a Argentina y a Chile, en donde los verdugos terminaron en el banquillo, cuando se normalizaron los procesos democráticos. Aquí los franquistas se reciclaron sin que nadie le pasara factura alguna. Como se reciclan los protagonistas de este vodevil de intrigas y cleptocracia en donde Rita Barberá es una actriz de carácter que interpreta a una bonachona alcaldesa a la que se quiere implicar en lo que estuvo implicada o el pequeño Nicolás habrá de sentarse en el banquillo por su afición adolescente hacia los selfies en las altas esferas. ¿Quién no querría tener en su cena de nochevieja a un cuñado como Rodrigo Rato, a unos primos lejanos como Jaume Matas, Francisco Camps o Pedro Gómez de la Serna?
Sus votantes pueden pensar que todo es un embuste de las hordas marxistas. O que nada de ello importa sino la estabilidad económica o el supuesto milagro que ha pregonado el gobierno Rajoy, a pesar de que la deuda pública supere el PIB y que el empleo crezca pero la precariedad se multiplique.
Quizá haya algo más, cuya esencia ignoro si se relaciona con esa percepción que lleva a muchos a rechazar que Joaquín Sabina o Bruce Springteen –a punto de sacar sus memorias—puedan ser de izquierdas aunque, salvadas las distancias, sean millonarios. Aquí se acepta fácilmente que un obrero pueda votar a la derecha, pero sigue sin gustar que el Teodulfo Lagunero o el aristócrata Nicolás Sartorius fueran militantes del Partido Comunista o que el magnate Georges Soros –eso afirman sus detractores– simpatice con Podemos después de haberlo hecho con Barack Obama, con la marihuana o con el sindicato polaco “Solidaridad”.
En cambio, la única manera de ser rico, parece rezar una ley no escrita, es votar por lo que votarían los ricos.
La txapela incorrupta.-
El PNV de Iñigo Urkullu ganará por similares razones en el País Vasco, aunque el caso De Miguel apenas sea una gota en el agua de otros océanos de podredumbre, según apunta la investigación judicial por comisiones ilegales del antiguo hombre fuerte del nacionalismo vasco en Álava. Ni le afecta de manera decisiva la borrasca de las corruptelas ni la querencia franquista, por más que los nacionalistas vascos negociaran con los fascistas la rendición de Bilbao en junio de 1937 y la entrega a los sublevados de la margen izquierda de la ría, donde se asentaba la poderosa industria vasca. Es una derecha con pedigrí sin la retórica de la derechona españolista; una derecha a la europea aunque a veces le pese en exceso la txapela incorrupta de Sabino Arana.
Hay un recuerdo decisivo del voto y el voto al PNV ha sido un trending topic en la historia de la democracia vasca. Muy mal tendrían que irle las cartas de hoy para que el resto de las fuerzas políticas le hagan salir de Ajuria Enea. El silencio de las pistolas de ETA favorecería la inclusión democrática de Bildu y de Arnaldo Otegui, pero el eco de sus disparos siguen oyéndose en la memoria colectiva de este país por lo que, probablemente, su cielo o su infierno tengan que esperar.
En caso de que la mayoría del PP no vuelva a ser absoluta en Galicia, quizá cupiese otra alternativa de gobierno, construida con la complicidad del BNG, En Marea y lo que quede del Partido Socialista Gallego. Toni Cantó, sin duda, no aprobó matemáticas. El actor, en su mudanza desde UPyD a Ciudadanos, apostaba esta semana por el mantra de que Mariano Rajoy ha sido elegido por la mayoría social de este país, cuando en realidad, si se recuentan los votos que no han refrendado sus listas, la mayoría social de España no quiere que el inquilino en funciones de La Moncloa vuelva a ocuparla de pleno derecho.  En rigor, no importan unas y otras opiniones. Lo que manda es la aritmética y que algún partido logre los respaldos suficientes en el congreso para que invistan como presidente a su candidato.
Un voto fragmentado.-
¿Por qué está tan fragmentado el voto anti-Rajoy? Porque la derecha española, hoy por hoy, sigue siendo unívoca aunque ahora le haya surgido al PP el spin-off de Ciudadanos, un melón al que ahora empezamos a catar y que puede ser lo mismo aunque puede que no sea igual. Al este de la derecha, no sólo está la izquierda: buena parte del nacionalismo periférico, desde la antigua Convergencia a Coalición Canaria, no se sitúa bajo dicho paraguas ideológico. Como tampoco, parte del segmento electoral y político del PSOE, más pragmático y tecnocrático que con una clara decantación ideológica a estas alturas de la historia, cuando Felipe González ya no es aquel joven abogado con chaqueta de pana en su despacho laboralista de la sevillana calle de capitán Vigueras.
¿Es así de simple o la fragmentación del voto izquierdista no obedece tal vez a la caída en picado de la clase media durante los años de la crisis? Los desesperados no aceptan las medidas tintas ni el viejo contrato social que garantizaba que, a cambio del trabajo y de la docilidad, los jóvenes universitarios tendrían empleo e íbamos a repartir la riqueza en lugar de la precariedad.
Esta semana, el duelo en twitter de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, basculaba en torno a la posibilidad de que Podemos sedujera a quienes todavía no les votan o que siguiera dando miedo no sólo al poder establecido sino a parte del electorado. Hay muchas formas de seducir y el PSOE lo hizo al electorado de la transición porque el imaginario franquista había logrado que muchos españoles siguieran viendo como un demonio al Partido Comunista, pagado –decían—por el oro de Moscú como ahora ingenian que Podemos está a sueldo de Caracas.
Los socialistas del 82 encarnaban mejor que la UCD el axioma formulado varios años antes por Adolfo Suárez sobre la reforma política: “Sin pausa pero sin prisa”. Ahora, la opinión pública –sin demasiada formación democrática y devota de los dogmas de la sagrada comunicación—le niega el favor al PSOE de Pedro Sánchez que, por otra parte y a la luz también de las encuestas, parece más cerca de sus electores y de sus militantes que de sus dirigentes. Sin embargo, no hay tiempo material para un Suresnes, un congreso extraordinario que apaciguara las aguas de los históricos y propiciase una renovación en el partido de la rosa y del puño similar a la que, en 1974, sustituyó el yunque y la pluma del viejo socialismo en el exilio.
¿Por qué ha dejado de votarle la gente? Porque casi nadie se enamora de una persona con conflictos de personalidad y el PSOE, de un tiempo a esta parte, necesita una terapia de familia. Hay mucha estética futbolística en las aficiones partidistas. Los votantes de Izquierda Unida y los de Podemos no suelen considerar que los socialistas lo sean realmente. Y muchos votantes socialistas contemplan con recelo a las otras formaciones porque, en lugar de haber cedido para introducir pequeños avances en la hoja de ruta de la historia española, han favorecido a veces la división de la izquierda y la llegada al poder de los populares. Mientras los hooligans de una y de otra corriente se echan los trastos a la cabeza, el PP –según vaticinan también los sondeos– se aprestará a ganar por mayoría absoluta las terceras elecciones generales, en caso de que finalmente se convoquen una semana antes de Navidad.
El cansancio es de izquierdas.-
También ha perdido muchos votos Unidos Podemos en las elecciones de junio. ¿Por qué no les votan ya tantos indignados? Porque hay gente que se cansa de votar: la inercia de la transición ha convertido a los ciudadanos en consumidores. La crisis ha provocado que mucha gente se movilice ahora en sucesivas y esperanzadoras mareas, pero demasiados millones de españoles llevan desmovilizados desde que el espíritu del pelotazo sustituyera al del cambio, más de treinta años atrás. Lejos del movimiento ciudadano, con tasas de afiliación sindical ridículas y mucha más población en la sociedad civil festiva o piadosa que en la reivindicativa y justiciera, a veces justificamos nuestra pereza democrática en la presunción de culpabilidad de los políticos profesionales, como si en democracia no tuviéramos todos que ser políticos amateurs. La mayoría se cansa de que no resulte fácil gobernar. Estima en tanto su voto –y tiene razón—que exige que sus representantes cuenten con la mayor parte de las prestaciones posibles. Cualquier atisbo de complicación, les ahuyenta de las urnas y les acerca al nihilismo del “todo son iguales”.
Aunque estas sigan siendo, si hemos de creer a Antonio Machado, “tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”, los españoles no somos tan diferentes. Ochenta años después de la guerra civil, algo es algo, la paz la ha ganado la desidia. Pero el electorado conservador suele despabilar de la modorra y acudir a votar, disciplinadamente, cuando toca. ¿Por qué lo hace? En rigor, no tengo ni la menor idea. Pero ocurre.

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