lunes, 27 de marzo de 2017

Madeleine Peyroux is Back

Arrastra una leyenda de misterio. Tuvo una entrada espectacular en el mundo de la música. Muchos la compararon con Billie Holiday. Y después desapareció durante ocho años. A sus 42, esta estadounidense de alma francesa vuelve con un disco de himnos profanos.

HIZO UNA aparición fulgurante en el mundo de las cantantes de jazz. Desde el principio la compararon con Billie Holiday. Y llegó incluso a decirse que parecía estar cantando desde otro tiempo. Fue hace 20 años, al publicarse su primer disco, Dreamland, grabado con algunos de los mejores músicos de Nueva York. Luego, Madeleine Peyroux (Athens, Georgia, EE UU, 1974) prácticamente desapareció durante ocho años. Hasta la edición de Careless Love, producido por Larry Klein. La supuesta espantada dio pie a especulaciones sobre una personalidad complicada: se habló de su infancia marcada por los problemas del padre con el alcohol y de su fuga de casa; se contó que había vivido en París como una sin techo y que viajaba por Europa con una banda de músicos callejeros. Lo cierto es que su autenticidad y su integridad no responden a las reglas de la industria.


En un hotel de Londres, en la esquina de Kensington Gardens, a dos pasos del Royal Albert Hall y el Royal College of Music, Maddie, como la llaman sus amigos, se muestra afable, con sentido del humor y dispuesta a hablar de cualquier asunto. La estadounidense tiene nuevo disco, Secular Hymns (himnos profanos), grabado con dos únicos músicos: el guitarrista Jon Herington y el bajista Barak Mori, y con canciones de Willie Dixon, Lil Green, Sister Rosetta Tharpe o Allen Toussaint, grabadas en una iglesia británica del siglo XII, y con el que continúa recorriendo los territorios de la música popular americana. Además, acaba de grabar Moon River para el pianista clásico Lang Lang.



¿Himnos profanos? Siempre he sentido que las canciones de blues y folk que canto tienen un lado espiritual. En Estados Unidos, donde crecí la mayor parte del tiempo, y que mayoritariamente es un país cristiano, me encontré con personas que decían que solo querían escuchar canciones sobre Dios. Y yo pensaba: “¡Pero si Dios también está en las otras canciones!”. Para mí tiene sentido que tocáramos en una iglesia y que, al terminar el concierto, alguien me dijese, creo que fue el párroco: “Has llenado el lugar de humanismo espiritual”. Por eso fue un modo natural de titular el disco.




“EN EL ‘COUNTRY’ Y EL BLUES HAY QUEJA Y ACEPTACIÓN. EL JAZZ ES LA MÚSICA MENOS PURA DE TODAS PORQUE ESTÁ PARA DERRIBAR BARRERAS”


Lo ha grabado en una vieja iglesia de la campiña inglesa. ¿Cómo nació la idea? Raymond Blanc, un chef francés muy conocido en Inglaterra, tiene lo que él llama un manoir precioso, que vendría a ser un bed and breakfast muy elegante en el campo. En un jardín mágico, entre árboles y pájaros, te sirven una comida de siete platos, quizá más, absolutamente asombrosa. Antes de la cena, y como parte del programa, caminas hasta una pequeña iglesia del siglo XII que está justo al lado para escuchar un concierto. Fue muy generoso invitarnos a tocar y, más tarde, a la cena [se ríe], que probablemente sea más cara que el concierto. Sentí que la reverberación de la sala era buena para mi voz. Yo quería hacer un disco que documentara lo que el trío ha estado haciendo y pensé: “¿Por qué no intentar que nos inspire este lugar?”.

Salvo en Bare Bones (2009), con 11 temas de su autoría, y Standing on the Rooftop (2011), en el que escribió la mayoría de las canciones, parece preferir temas antiguos y composiciones de otros. ¿Qué busca en ellos? De una canción me importa lo que intenta decir. Lo que más me gusta de un gran tema es que haya un mensaje humanístico. Cuando Bob Dylan dice: “Me vas a hacer sentir muy solo cuando te vayas”, podrías pensar que tan solo es una composición de amor, pero está haciendo toda una confesión y enfrentándose a su propia realidad. O cuando Townes Van Zandt, en la canción que interpreto en este disco, dice: “Te buscaré, pero si no te encuentro me preguntaré por qué no estabas ahí”. Me parece una realidad humana. Y quizá más aún hoy que en cualquier otro tiempo. La idea romántica de que tenemos esa vida interior. Como cantante busco eso.

Al escribir una canción, ¿la letra es siempre lo primero? Sí, la poesía, el sonido de las palabras. Lo bueno de una composición es que solo puede existir con todas sus partes a la vez. Robert Burns escribió montones de temas de los que solo tenemos las palabras y por eso pensamos en él como un gran poeta, pero la mayoría de su poesía era cantada. Supongo que si lees las letras de Bob Dylan, y la gente lo hace, o las de Tom Waits o Leonard Cohen, oyes una poesía poderosa. Pero pienso que también oyes la música. El poder de una canción es que la recordamos como una unidad.

SHERVIN LAINEZ



Cuando interpreta una canción de Leonard Cohen, Tom Waits o Randy Newman, parece casi como si uno la oyera por primera vez. ¿Se puede hablar del toque Peyroux? ‘[Se ríe]. Bueno, no lo sé. Busco el drama, y al decir drama me refiero a un planteamiento teatral. Tengo reputación de melancólica, pero intento asegurarme de que haya un poco más de comedia porque se trata de un arte mayor, más difícil de lograr que cualquier otra cosa. Es un gran cumplido que me haga esta pregunta. Me gustaría decir que me meto lo más que puedo dentro de la canción. Creo que simplifico cosas, mucho, a veces tal vez demasiado; siempre intento reducirlo todo a la voz. Esa es siempre la parte más importante de un arreglo. Mucho espacio. Me gusta jugar con el silencio. ¿Qué tal lo estoy haciendo? [pregunta con una carcajada].

Se la suele definir como cantante de jazz. ¿Se siente cómoda con esa etiqueta? Me gusta pensar que el jazz es la música más inclusiva, pero no me veo como una cantante de jazz. Más como una cantante de blues. Aunque ningún purista me tendría como tal. Y me parece bien no formar parte del grupo siempre que no les importe que escuche y participe en la música. Ya no hay nada puro. Estamos en el siglo XXI y hay cierta fusión de estilos, si ese es el término correcto, en todas partes y todo tipo de músicas.

En su trabajo hay ecos de Billie Holiday, pero también de Patsy Cline. ¿El jazz o el blues y el folk o el country tienen algo en común? La música country y el blues mucho. Por lo general hay una queja y creo que una aceptación del statu quo. Y, muchas veces, las mismas armonías básicas con tres o cuatro acordes. También está el efecto de llamada y respuesta, y me figuro que muchas canciones del country, igual que en el caso del blues, vienen de la iglesia. Por lo que respecta al jazz, lo considero un movimiento poético. Está dispuesto a utilizar cualquier tipo de música, y a estudiarla con mucho respeto y amor, pero sin ser nada purista. Creo que el jazz es la música menos pura de todas porque está para derribar barreras.

El músico T-Bone Burnett afirmó hace poco que la música es para Estados Unidos como el vino para Francia. No podría estar más de acuerdo. No solo tiene razón, sino que es una pena que nosotros no lo sepamos porque Francia sí que es consciente de ello. Y está orgullosa, lo apoya y protege.



Su disco The Blue Room (2013) fue un homenaje al Modern Sounds in Country and Western Music con el que Ray Charles echó abajo en 1962 el muro musical entre negros y blancos… Ray hizo algo que nunca se había hecho. Al inicio de I Can’t Stop Loving You, solo puedes oír un coro que suena muy muy blanco. No hay síncopa y está muy contenido. Totalmente al estilo de un disco de música country. Era un truco porque luego entra él con un piano de auténtico rhythm and blues. Me produce escalofríos solo evocarlo. Al hacer el disco quise pensar que había un gran contexto político y racial en esa música. Para seguir haciendo discos es importante intentar ser consciente de lo que sucede hoy. Siempre pienso cómo va a ser el próximo, y si yo puedo hacer algo, porque el mundo está loco. No sé si seré capaz alguna vez de expresar algo parecido, pero sí creo que Ray Charles hizo un alegato que cambió las relaciones raciales en Estados Unidos.

Las muertes violentas de ciudadanos afroamericanos confirman que el racismo sigue siendo un grave problema en Estados Unidos. [Respira hondo y repite “es espantoso”]. Estoy de acuerdo con la receta de Hillary Clinton de que hay que trabajar mucho en la comunidad y entrenar a la policía. Muchos agentes no están preparados y, a lo mejor, provienen de un ambiente racista. Necesitan entrenamiento para poder hacer un buen trabajo en vez de convertirse en un peligro. Y tiene que haber un control de armas. Si los policías ven un arma, o incluso cuando solo creen haber visto un arma, tienen una excusa para disparar. Y cuando disparan lo hacen siempre a matar. Vivimos un tiempo horrible. Pero, por desgracia, no es algo nuevo.

¿Nada cambió con la presidencia de Obama? Ha sido muy inspirador tenerle como presidente. El mero hecho de ver a un hombre negro en el podio, aceptando su cargo, ya fue absolutamente alucinante. Y, durante mucho tiempo, cuando yo caminaba por la calle veía orgullo y relajación en los jóvenes negros y en la gente mayor. Hubo un cambio que no voy a olvidar, pero se desvaneció. Ya no veo nada de eso. Ahora veo preocupación y otra vez un poco de miedo. Y cuando hay miedo hay violencia.




“LA IDEA DEL ESPECTÁCULO ES UNIVERSAL. LA GENTE SE REÚNE Y COMPARTE MOMENTOS CON DESCONOCIDOS. HAY ALGO MÁGICO EN ESE PROCESO”


Tenía 11 años cuando sus padres se separaron y su madre aceptó una oferta de trabajo en París. Fue bueno que se divorciaran porque mi padre no era una persona muy agradable para estar cerca. Cuando se decidieron, pensé: “¡Por fin!”. Pero debo decir que, pese a que la vida familiar era muy muy difícil, no deja de ser duro pasar por un divorcio. Yo no quería irme a otro país del que no hablaba el idioma, y tener que lidiar con los problemas de la adolescencia allí lejos. Nos instalamos en un suburbio y no estaba nada contenta. Aunque tenía una guitarra. Durante un año me dieron clase intensiva de francés en la escuela y, al cumplir los 14, fuimos a vivir al centro de París. Y en ese momento: “¡Oh, Paris!” [lo pronuncia en francés].

Una adolescente por París… La primera noche que nos mudamos le dije a un amigo: “Vamos a dar un paseo”. Fuimos caminando desde la plaza de la República, cruzando la Isla de la Cité con Notre Dame, hasta el Barrio Latino. Yo lo miraba todo a mi alrededor. Por primera vez vi a músicos tocando en la calle. Y cambió mi vida. Me enamoré de eso y ya solo quería volver allí con mi guitarra. Fue una época preciosa. Había algo perfecto en el aire. Mucha libertad creativa.

¿Recuerda cómo fue cantar por primera vez delante de una terraza? Sí, me acuerdo [suelta una carcajada]. Un amigo mío, con el que cantaba y tocaba la guitarra, me dijo: “¿Sabes? creo que tienes algo”. Me preguntó si alguna vez había cantado en una terraza. Le contesté que no, que me sentaba a tocar por ahí y que si alguien dejaba una moneda pensaba que qué bien. “¡Pues te pones allí y cantas!”. Me dijo que él pasaría luego el sombrero para mí. Fuimos caminando hasta una terraza de Saint-Michel y nos quedamos en la esquina observando a la gente. “¿Quieres hacerlo? Venga, si vas a hacerlo, hazlo”. Canté un tema de Tracy Chapman. Muy asustada, de principio a fin, sin mirar a nadie a los ojos. Al terminar, mi amigo pasó con un cenicero o algo así entre las mesas. Sacamos 35 francos. No era gran cosa, pero me hizo sentir que había hecho un buen trabajo.

¿Las calles de París fueron su particular conservatorio? Bueno, conservatorio es una palabra muy fuerte para cantar en la calle. Digamos que fue el mejor lugar porque fue el único. No tuve otra opción. En el colegio en Nueva York, de niña, mi voz era demasiado grave, y nadie pensó que hubiera nada interesante en ella. No tenía dinero para clases particulares y tampoco me animaron a seguir cantando, pero yo sabía que lo amaba y que quería hacerlo. En las calles de París pude observar a otros y darme cuenta de que no cantaban tan bien. Y pensé: “¿Por qué no?”.

La cantante Madeleine Peyroux, con el bajista Barak Mori y el guitarrista Jon Herington, que la acompañan en su gira. SHERVIN LAINEZ



Dice que nadie la animó a seguir cantando. En un documental su madre confesaba que nunca pensó que tuviera verdadero talento… ¿Dijo eso? ¿En serio? Ahora me apoya mucho. Muy al principio, un hombre de la compañía discográfica, Yves Beauvais, me ofreció firmar un contrato. Le comenté a mi madre que era una oportunidad y que pensaba que debía intentarlo. Y recuerdo que ella me repetía: “Deberías ahorrar todo el dinero que ganes porque nunca se sabe”.

¿Qué aprendió cantando en la calle? Sobre todo que la idea del espectáculo, del entretenimiento, es universal. Debido a eso las personas se reúnen y comparten momentos con completos desconocidos. Solamente por formar parte de algo que ni siquiera saben lo que es. No saben por qué les gusta y tú tampoco sabes por qué les gusta. Hay algo mágico y misterioso en ese proceso. Y puede suceder en cualquier lugar. No necesitas dinero, ni vestuario, ni amplificación, ni vender entradas.

Asegura que se siente muy libre y que lo está disfrutando. ¿No siempre fue así? [Permanece un rato pensativa]. Hubo momentos en que creí que tenía que alejarme de todo esto. El problema es que no estaba entendiendo de qué tenía que librarme.

Se dice que para ser libre hay que pagar un precio. Mi estilo de vida puede parecerle muy atractivo a mucha gente, pero están siempre lo que yo llamo las tres pes: no plantas, no mascotas [en inglés pets] y no progenie.

¿Podríamos decir que la música la ha mantenido viva? Sin duda. Incluso puede decirse que me ha salvado la vida un par de veces. Quizá la música sea mucho más de lo que creemos. Yo vivo para esto. Y es la única cosa que sé hacer. Al menos para ganar dinero.


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