domingo, 30 de julio de 2017

Farruquito y su «Baile moreno»: No intenten hacer esto en casa... por Francis Marmol.

El «patriarca» de los Fernández Montoya regala unos momentos por alegrías que merecen el precio de la entrada
Hay figuras del mundo del arte de las que todavía no somos conscientes de la alargada sombra de su figura puesto que nos viven. Juan Manuel Fernández Montoya 'Farruquito' es una de ellas. La huella de su baile es demasiado profunda y la legión de seguidores de su manera de desenvolverse sobre las tablas podría casi titularse 'El ataque de los clones'. Sus espectáculos deberían acompañarse de la recomendación comercial: 'No intenten hacer esto en casa'.

Estamos en que su abuelo Farruco supone el punto de partida de esta dinastía de flamencos de bronce que representa como nadie la depurada técnica del salvajismo en lo que ellos deconstruyen de una disciplina artística y no es más que un modo de respirar para su clan. Farruquito es para esta familia lo que Michael Jackson -al que venera- para los Jackson Five. Por explicarlo de una manera mainstream. Manda por pura originalidad.

Anoche en Alhaurín de la Torre, Farruquito se presentaba en el programa de mano «más allá del baile» como «letrista y compositor de reconocido prestigio» si bien al aficionado común estos son asuntos que no le despistan. Sus primorosos pies deberían ser materia de estudio científico. Realizan las más traviesas piruetas que un futbolista quisiera desarrollar en el área pequeña de un campo de fútbol y siempre salen airosas. Recoge, taconea, finta y sacude. Estira, golpea y circula. Su cuerpo menudo es una goma de tirachinas dispuesta a herir lo racional.


'Baile moreno', que es el espectáculo con el que llegaba a la V Bienal de Arte Flamenco de Málaga, no es su mejor espectáculo. Son para olvidar su ingenua escenografía y su reiterada narrativa escénica a nacimientos, bodas, duelos y dramas. Pero ay si vieran cómo bailó por alegrías, cómo asumió hacia dentro la soleá y se terminó de desquitar por bulerías. Inigualable, único.

En ello estuvo el meollo de la cuestión; cuando Farruquito se libera de la escenografía tribal aparecen en su cuerpo los puntos cardinales del flamenco. En La Finca el Portón, donde ni el silencio, ni las condiciones escénicas del espacio le acompañaron, regaló momentos estéticamente imborrables. Y fue con el cante de Antonio Villar por alegrías, cuando abandonó su vara de mando y dibujó gracia y donosura con su cuerpo. Libre, mágico.

Como siempre mereció la pena ver el fin de fiesta con su hijo, en lo que es un nuevo relevo de la dinastía. Sin apenas levantar un metro del sueloparece la reencarnación de otro Farruco, asume el protagonismo del baile como un viejo y se replanta como un gitano de hogaño a punto de cerrar un trato en una feria de ganado.

Francis Marmol.

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