jueves, 29 de marzo de 2018

Al borde de un ataque de nervios ... por Alfredo Taján

Se han cumplido treinta años de la película que definió, quizá como ninguna otra, el cine de Pedro Almodóvar, moldeó su estilo y mejor representa. Se trata de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', estrenada en marzo de 1988, que logró mantenerse en cartel todo ese año y alcanzó cerca de cuatro millones de espectadores, sólo en España, porque también fue éxito en Francia, Italia, Estados Unidos, Argentina, Uruguay y Chile, acaparando premios, como el de la Mostra de Venecia y cinco Goyas hispanos. Parece mentira pero 'Mujeres...' renovó la comedia cinematográfica española, la dignificó después de tanta fantasmada con aroma patrio y ayudó a que la nueva España se pusiera de moda y escenificó la fábula en la pantalla de una clase media acomodada capitalina, que tanto le fascinaba en aquella época al director manchego, precisamente por eso, porque provenía de un humilde pueblo de La Mancha. Estas mujeres, que viven en pisos de la 'movida' con ingresos fijos, tienen problemas en los áticos de sus existencias materialistas, o mejor dicho, ocupadas por amoríos vacíos y frustrados, adulterios, traiciones y errores que sólo puede frenar la venganza, una venganza con letra de bolero de Olga Guillot, aunque la canción del filme, 'Soy infeliz', la interprete Lola Beltrán, una mexicana de rompe y rasga.


Debo confesarles que cuando acudí a ver 'Mujeres...', al margen de dos o tres escenas originales, algunos golpes ingeniosos y un guión efectivo, me dejó frío, no me convenció del todo. Entendí que Almodóvar se había aburguesado, que su mundo se reducía a un culebrón con tintes neorrealistas, castizos, pero sin el alma negra de Edgar Neville que aunque ha envejecido mal fue uno de los grandes comediógrafos del siglo XX. Pero me equivoqué; yo buscaba al autor de 'Entre tinieblas' en un filme cuyo objetivo era otro: describir, con sarcasmo y bastante mala pipa, la fragilidad de las relaciones humanas. Carmen Maura, María Barranco, Rossy de Palma, Julieta Serrano, Kiti Manver, Loles León, la inolvidable y ya desaparecida Chus Lampreave como portera cotilla perteneciente a los Testigos de Jehová, son escoltadas por un joven Antonio Banderas, por un canalla Fernando Guillén, y por Guillermo Montesinos, en el breve papel de taxista delirante con un corte de pelo dorado a lo Bowie en 'Let's dance'; hay momentos que ya forman parte de la mitomanía cinéfila: el vinilo volando que va a dar en la cabeza de la Manver, el terrorista chiíta amante de María Barranco, el pelo electrizado de Julieta Serrano en loca carrera motorizada, y sobre todo el gazpacho sazonado de barbitúricos, pieza gastronómica central que neutraliza a los policías. Fue hace treinta años, en la primavera de 1988, durante la segunda legislatura de Felipe González, en un país que vivía horas álgidas e invertía en infraestructuras los fondos que le llegaban del Mercado Común, esfuerzos para celebrar con pompa y circunstancia el 92 que nos resituaría en el mundo de las naciones libres. Ya no éramos pintorescos y atrasados sino modernos, aunque con un ataque de nervios.
Alfredo Taján 
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