jueves, 15 de agosto de 2019

El Chiringuito ... por Salvador Gutierrez

Rosell
Si tuviéramos que establecer un día mundial o internacional, aunque solo fuese nacional o andaluz, del chiringuito, tendría lugar hoy jueves, 15 de agosto, el festivo entre festivos, el padre, hijo y abuelo de todos los festivos. Eso es así. Y basta con acercarse a cualquiera de los que pueblan nuestro litoral, para comprobarlo. Prepare los codos, la cartera y la paciencia para celebrar la ocasión como se merece, que puede ser un ratito bueno entre todos los ratitos buenos del año, a pesar de las estrechuras. Y es que ese momento en el que te enfundas la camiseta o camisa (floreada, que jamás te atreverías a ponerte un lunes de noviembre), recorres la playa esquivando tumbonas, sombrillas, castillos de arena y cuerpos asalmonados hasta por fin llegar al chiringuito, donde con un gesto similar al de Magallanes en el preciso instante de partir desde Sanlúcar de Barrameda en dirección a las Islas de las Especias, examinas la concurrencia, en busca de ese amigo, cuñado o similar con el que tomarte una cervecita fresquita y lo encuentras, sí, al fondo, bien colocado, en su mesa alta, con su camisa floreada, también, él que es de castellanos marrones y pinzas de lunes a viernes, sientes en tu interior algo parecido a la victoria, a la burbujeante celebración de un gol en el minuto 93, ya sea con VAR o por la escuadra. Inigualable momento, raíz o premisa indispensable de lo que queda por delante, que en un día como éste, Día Mundial del Chiringuito, cuenta con una máxima que nunca falla: la improvisación, y sálvese quien pueda.


Al chiringuitero profesional, la RAE debe admitir esta palabra a la mayor brevedad, ni el laboratorio del FBI en su sede central de Baltimore podría encontrar un grano de arena o un resto de salitre en su cuerpo o ropa. El profesional no pisa la playa, aunque le guste verla desde la distancia, acodado en la barra. Conoce al dueño/encargado del establecimiento de quince veranos seguidos o tiene la habilidad de parecer que lo conoce de todo ese tiempo (aunque lo acabe de conocer). Para eso, nada mejor que la táctica de la vitrina del pescado, asomarte con poderío, como si tuvieras la intención de encargar ese pargo de doce kilos que arrincona a los lenguados, y decirle al dueño/encargado: buen género, a cómo sale eso, y a continuación mueve la cabeza con gesto de conformidad, sin confirmar o negar la posible adquisición. Y cuando está en su mesa alta, o planchando barra de aluminio, el chiringuitero profesional formula la gran pregunta al camarero que lo atiende: ¿cuál está más fría, botella o tirador? Las dos igual. Ponme una que me duela la garganta. Y así, sin quererlo, en una buena jornada chiringuitera no hay nada previsto, van llegando amigos, amigas, cuñados, suegros, la abuela con la silla plegable y una legión de niños pidiendo un refresquito. Si os lo tomáis ahora, en la comida toca agua, amenaza uno de los chiringuiteros, aunque ellos ya lleven seis consumiciones, como poco. Entre estas disputas, grandes decisiones: ¿aceitunas o altramuces?, los fichajes del verano, varias rondas, inciertos viajes planeados y recuerdos recuperados, con las bocas calentitas ya, el encargado/dueño del establecimiento te avisa que ya tienes la mesa lista. Pongamos que hablamos de las cuatro y media de la tarde, en el mejor de los casos.

Salvador Gutierrez
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