jueves, 1 de agosto de 2019

Peliculeros... Por Antonio Soler

Los Goya van a venir a Málaga y es razonable que así sea. Esta es una ciudad con cantera inacabable de peliculeros, un festival de cine español que se ha convertido en cita de la cinematografía nacional y una ciudad que se ha afanado por travestirse en capital de la cultura después de ser una urbe esencial y encantadoramente canalla. Un transformismo muy en consonancia con los tiempos, que va de un lado a otro del Mediterráneo y cuyo faro es Barcelona. Allí el tufo portuario se convirtió en olimpismo y los bajos fondos en un dandismo de diseño rozando el empalago. Marsella intenta algo parecido, con menos gusto y menos edulcorante. Tesalónica, Valencia están en ello. Nápoles opta por preservar el canallismo como identidad indisoluble, el napolitanismo es marca, gen.


Málaga no, Málaga es una muchacha regenerada que ha abandonado un pasado turbulento y ahora entiende de arte, chamulla idiomas e intenta renegar de los siete pecados capitales del urbanismo, o casi. Y naturalmente entiende de cine porque gracias a Salomón Castiel primero y luego a Juan Antonio Vigar se ha convertido en escaparate de eso que antes se llamaba el celuloide, con indudable respaldo institucional y ciudadano. Y porque esta es la patria de aquella estrábica de voz estridente y corazón tierno llamada Rafaela Aparicio, patria de la tómbola de la niña Marisol y de la misteriosa Pepa Flores, del casi adolescente Antonio Banderas que una noche de verano se montó en el bamboleante Costa del Sol con un destino incierto y dio la vuelta al mundo en ochenta películas para desembocar de nuevo en esta orilla del Mare Nostrum, del Cine Nostrum, con banda sonora de Antonio Meliveo, coleccionista de nominaciones a los Goya.


Antonio de la Torre, una especie de De Niro de la Malagueta, Joaquín Núñez, Kitti Manver, María Barranco, Pepón Nieto, Adelfa Calvo, productores, guionistas, técnicos, ese circo tecnológico tiene aquí un elenco interminable. Los Goya, con sus noches casi rutilantes, con sus chistes malos casi siempre, sus reivindicaciones sentimentales y su sociología de folletín, van a venir a esta ciudad que sin olimpiadas, exposiciones universales ni capitalidad cultural europea -aquella zanahoria detrás de la que se corrió a la pata coja y con los ojos vendados- ha conseguido ser un referente cultural. Con lagunas y con una sensación de encantamiento evanescente, pero referente. Ahora queda eso que llaman sostenibilidad. No ecológica pero sí vital. Que los focos no se apaguen y nos demos cuenta de que todo era un sueño, un decorado en mitad del que nos vamos a quedar los malagueños, desorientados como unos figurantes sin otro oficio que el de las sombras chinescas. Los viejos peliculeros decían que lo difícil no es llegar sino mantenerse. Los Goya no se van a quedar a vivir en Málaga, claro, pero la cultura a secas, esa que no brilla como las estrellas pero va impregnando el subsuelo mental de la ciudadanía sí puede hacerlo. Para eso hay que tener claro que cuando suenan los aplausos, empieza el verdadero trabajo, el futuro. Antonio Soler


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