lunes, 30 de diciembre de 2019

Al cine se va comido ... por Ana Barreales

Últimamente te remarcan cuando entras al cine que no se puede meter comida de fuera, como si estuvieras pasando la aduana y hubiera riesgo de introducción de algún tipo de virus nuevo y muy contagioso. Te hacen especial hincapié en ello desde que salió la última sentencia que reconocía el derecho de los espectadores a llevarse el refresco y las palomitas de donde les viniera en gana. La de los cines es una postura un poco difícil de sostener, porque ahí no tienen la excusa del terrorismo como en el aeropuerto, cuando te obligan a tirar el biberón del niño o el tónico facial que viene en un envase grande y se te olvidó meterlo en la maleta. Que está muy bien la seguridad, pero la botella de agua te la cobran a precio de oro. Eso sí, un agua completamente libre de islamistas radicales.

En el cine hacen tres cuartos de lo mismo: el agua hay que pagarla como si lo hubieran traído andado desde el mismo manantial y la Coca Cola como si incluyera la fórmula secreta.

Pasaron los tiempos de maricastaña en que la gente iba al cine a buscar oscuridad, pero se ve que allí las manos y la boca necesitamos seguir teniéndolas ocupadas. Así que en algunos sitios te ofrecen un pack de cena basura, por el tipo de comida, digo. Falta que te den la bata, las zapatillas y te arropen con una mantita. No es por ser talibana, pero estar escuchando las patatas extracrujientes del vecino, el sonido de sorber con la pajita o oler a pizza recalentada ni te mete en la película ni te ayuda a disfrutar del cine


Recuerdo que en Madrid había salas de versión original en las que no se permitía comer. Me llamarán pija, pero ese tipo de público suele ser más respetuoso y no sólo con lo de escuchar a los actores sin doblajes, sino con todo: con no encender la pantalla del móvil que aunque esté en silencio ilumina toda la sala, con los comentarios en voz alta o los ruiditos cada vez que se saca un dorito de la bolsa.


El viernes se conocieron los datos de los de los cines andaluces y los de Málaga no están nada mal: es la primera provincia en recaudación y la segunda en espectadores. Confío que no sea por las palomitas.


El caso es que en ningún otro espectáculo cultural se permite comer y todo el mundo lo acepta sin problemas. A nadie le dan mareos por aguantar una obra de teatro o un musical sin zamparse algo. Y al cine se va con una actitud distinta a la que se tiene en casa al ver una película. Oscuridad y silencio sin interrupciones ni olores a fritanga.


Recomiendo que quien necesite estar dándole a la mandíbula mejor se quede en su sofá, que seguro que es supercómodo y venden ya unas pantallas bien grandes. Al cine se va comido, que nada de lo que ofrecen allí pasa el filtro de de la dieta mediterránea. Y si no lo hace por respeto al resto de los espectadores, hágalo por su bolsillo o por salud. Es más, su cuerpo se lo agradecerá.

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