jueves, 7 de abril de 2016

Cultura no son museos... por Hector Barbotta

Se ha ido conformando con el tiempo, como las capas de suelo que van sedimentando una sobre otra hasta dibujar el paisaje que aparece ante los ojos del observador. Pero mirado como una foto fija parece producto del diseño planificado de una propuesta completa: la alta gama de Marbella, las playas extensas de Estepona, la oferta masiva de Torremolinos, el turismo familiar de Fuengirola ha ido conformando con el tiempo, como las capas de suelo que van sedimentando una sobre otra hasta dibujar el paisaje que aparece ante los ojos del observador.
Pero mirado como una foto fija parece producto del diseño planificado de una propuesta completa: la alta gama de Marbella, las playas extensas de Estepona, la oferta masiva de Torremolinos, el turismo familiar de Fuengirola, el bullicio de Benalmádena, los campos de golf que salpican todo el litoral... La ciudad de Málaga fue la última en incorporarse, primero con el puerto para la llegada de cruceros y después con una oferta cultural con la que pasó en un tiempo récord de no figurar en ninguna guía a aparecer en un lugar destacado del mapa.

La cultura es en esta época que nos toca vivir una de las grandes oportunidades para el desarrollo de la industria turística, como lo fue en otros momentos la explotación para fines de ocio de los recursos naturales. Donde no había grandes monumentos ni vestigios arqueológicos célebres, Málaga se inventó como ciudad de los museos. Entró en los circuitos culturales por pura convicción. El mérito es enorme.
Existe, sin embargo, un riesgo cierto que no debería ser subestimado. En unos tiempos en los que el virus de la trivialización parece inundarlo todo, reducir lo cultural a una mera propuesta turística puede acabar por hacer de los museos un escaparate que despierte admiración en los turistas pero que no deje marca alguna en la vida de los vecinos. Una ciudad con museos no es necesariamente una ciudad con cultura, del mismo modo que una biblioteca poblada no hace de su propietario una persona leída.

Foto: Tiojimeno
En Málaga acaba de cerrar la librería Libritos y cualquiera que en los últimos 30 años haya tenido hijos, sobrinos o hijos de amigos en edad de comenzar a leer puede valorar la terrible dimensión de esa pérdida. Su propietario ha lamentado que los entretenimientos digitales estén conspirando contra la iniciación del hábito de la lectura también en los más pequeños, y esa explicación basta para que nos hagamos a la idea del significado del cierre y también del alcance de la abdicación de algunas familias.
Habrá quien diga que el signo de estos tiempos va por ese camino. Que todo el mundo cultural, en su acepción más amplia, desde lo informativo hasta el ocio, desde lo formativo hasta la divulgación, ha sido conmovido por internet y las tecnologías, y que quien no se adapte está condenado a morir. Posiblemente sea así. Pero el cierre de Libritos debería servir al menos como el sonido de una alarma.
Las implacables leyes del mercado han robado a nuestros hijos un espacio donde crecer, pero hay leyes que no deberíamos resignarnos a obedecer.
a, el bullicio de Benalmádena, los campos de golf que salpican todo el litoral... La ciudad de Málaga fue la última en incorporarse, primero con el puerto para la llegada de cruceros y después con una oferta cultural con la que pasó en un tiempo récord de no figurar en ninguna guía a aparecer en un lugar destacado del mapa.
La cultura es en esta época que nos toca vivir una de las grandes oportunidades para el desarrollo de la industria turística, como lo fue en otros momentos la explotación para fines de ocio de los recursos naturales. Donde no había grandes monumentos ni vestigios arqueológicos célebres, Málaga se inventó como ciudad de los museos. Entró en los circuitos culturales por pura convicción. El mérito es enorme.
Existe, sin embargo, un riesgo cierto que no debería ser subestimado. En unos tiempos en los que el virus de la trivialización parece inundarlo todo, reducir lo cultural a una mera propuesta turística puede acabar por hacer de los museos un escaparate que despierte admiración en los turistas pero que no deje marca alguna en la vida de los vecinos. Una ciudad con museos no es necesariamente una ciudad con cultura, del mismo modo que una biblioteca poblada no hace de su propietario una persona leída.
En Málaga acaba de cerrar la librería Libritos y cualquiera que en los últimos 30 años haya tenido hijos, sobrinos o hijos de amigos en edad de comenzar a leer puede valorar la terrible dimensión de esa pérdida. Su propietario ha lamentado que los entretenimientos digitales estén conspirando contra la iniciación del hábito de la lectura también en los más pequeños, y esa explicación basta para que nos hagamos a la idea del significado del cierre y también del alcance de la abdicación de algunas familias.
Habrá quien diga que el signo de estos tiempos va por ese camino. Que todo el mundo cultural, en su acepción más amplia, desde lo informativo hasta el ocio, desde lo formativo hasta la divulgación, ha sido conmovido por internet y las tecnologías, y que quien no se adapte está condenado a morir. Posiblemente sea así. Pero el cierre de Libritos debería servir al menos como el sonido de una alarma.
Las implacables leyes del mercado han robado a nuestros hijos un espacio donde crecer, pero hay leyes que no deberíamos resignarnos a obedecer.

Héctor Barbotta
@barbotta
 Leído en Diario Sur

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