Amante de bailes latinos, pistas de parqué y orquestas en vivo, a mis 38 años habré ido a las discotecas convencionales unas diez veces a lo sumo y sólo en modo “arrastre”, con tal de cumplir obedientemente las obligatoriedades sociales. Detesto los sitios ruidosos, música estupefaciente y hasta la fecha no he encontrado una explicación coherente al “qué diantres hago aquí?” que suena en mi cabeza cuando me veo rodeada de tantas luces y cuerpos chillantes. Nunca olvidaré la noche de “copas post-cena de empresa” cuando uno de los directivos me cogió del brazo y me preguntó al oído:
- Tati, qué tal si te llevo a casa? Porque con tu cara aguafiestas nos estás fastidiando el panorama.
- Jefe, es lo mejor que me puede pasar estas Navidades.
(No sé si dejarles a las mentes morbosas recrear el resto de la historia con mil y uno desenlaces diferentes a la carta o contar que en el Lexus también llevábamos a su casa a una compañera pasada de copas que ya no se mantenía en pie, y rezábamos en voz alta para que no vomitase).
Si ya de entrada “chicas - gratis, chicos - copa a 7€” resulta contradictorio hoy en día con tanto intento igualitario hacia el ying y el yang, “barra libre hasta que no puedan más” me despierta cierta curiosidad: y qué van a hacer con tanta femineidad alcoholizada?
Una de las cosas más valiosas que aprendí hace años en el curso de Marketing Empresarial es que no hay nada gratis. Si te ofrecen un producto gratis es porque el producto ERES TÚ.
Tatiana Minina
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