PROHIBIR EL VIENTO
El Govern ha aprovechado el veto a la estelada para darle más aire al llamado 'procés', al que siempre le faltó una silaba española. Mala cosa eso de prohibir, porque fomenta la vocación de disidentes. Llevándolo a escala nacional, hay que fijarse en lo que ha traído la fiesta del Toro de la Vega, ese cobarde asesinato colectivo del tótem ibérico. Llamamos tradición al arte de perpetuar errores, usos y costumbres.
Si nuestros mayores sufrían terribles dolores de muelas, antes de que los odontólogos fuesen sacralizados, nos parece un homenaje continuar padeciéndolos. Esa honrada devoción se expresa en los himnos, que no sólo insisten en la misma música, sino en la misma letra. A quienes aseguran que por Dios, por la patria y por los hijos de sus reyes seguirán luchando habría que preguntarles, con el debido respeto, cómo han logrado tan escaso éxito.
El hecho de que nuestros predecesores en esta corta aventura que denominamos vivir se divirtiesen alanceando a un animal, hasta que muriera, quizá no debiese obligamos a perpetuidad a seguir siendo émulos de la barbarie.
Ahora la Junta de Castilla y León ha aprobado un decreto-ley que prohíbe matar reses de lidia en espectáculos taurinos populares, que son siempre más bestiales que los que suceden en los cráteres ibéricos de las plazas de toros, donde al decir de muchos aficionados, entre los que me he contado, la bestia es el público.
Adaptar las llamadas tradiciones a la sociedad actual requiere tiempo y sensibilidad.
No se es contemporáneo sin haber continuado y desechado algunos usos y costumbres de nuestros mayores y haber prohibido otros que nos trajo el viento de la época, a la que sigue dándole la ventolera cada dos por tres. Lo único que no se puede evitar es el viento de la época, pero es absurdo traer el de otros tiempos, sobre todo cuando huelen que apestan a crueldad y a ignorancia disfrazada de costumbrismo.
El Ayuntamiento de Tordesillas recurrirá contra el Gobierno castellano leonés, pero el Toro de la Vega está condenado a salvar a sus descendientes.
Manuel Alcántara
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