Lo de que hubiera en Málaga un Soho resultaba caprichosamente gracioso. A un servidor le encanta Málaga cuando se lía a inventar nombres para sus lugares de toda la vida y, más aún, cuando decide copiar conceptos con impunidad imberbe, afrancesarse de lo lindo a cuenta de un Pompidou o llevar la Noche en Blanco vestida de largo en otras plazas bastante más allá de lo que cualquier ciudad consideraría razonable. Sería un gustazo, creo, ver importado el Mardi Gras de Nueva Orleans, por ejemplo; pero bastante tenemos, imagino, con el Carnaval que nos toca.
De buenas a primeras había una vez un Soho en Málaga, en un rincón tan constituyente del centro como de espaldas al mismo. Mi predilección respecto al sitio se repartía entre el Teatro Alameda, Al Este del Edén, Demolde y el Mesón Gallego, donde probé por primera vez, si no me equivoco, hace una porrada de años, el pulpo a feira. Por lo demás, recuerdo la navaja que algún yonqui me metió debajo de la camiseta en la mismísima calle Tomás Heredia con tal de que le diera las mil pesetas que llevaba para comprar un libro (ya no recuerdo a dónde me dirigía, pero sí mi intención), cuando era yo un adolescente tarado y vergonzoso.
Fue en Demolde, precisamente, entre sandwiches y cervezas, donde empezó a gestarse la idea del Soho en manos de algunos entusiastas con pocos medios pero las ideas muy claras.
Luego, ya saben, el Ayuntamiento se adjudicó lo del Soho pero en virtud de una filosofía bien distinta, la que pasaba por convertir el ensanche en un museo al aire libre de arte urbano, con grafiteros de primera división internacional a través de un proyecto llamado MAUS gestionado desde el CAC. Bien visto, el asunto resultaba harto apasionante. Málaga disponía de un núcleo notable en cuanto a dimensiones y conexiones, situado en unas coordenadas verdaderamente estratégicas, para llevar a cabo un experimento único de regeneración social.
La ciudad había emprendido ya un crecimiento decisivo, admirado y promocionado a mansalva, mientras a pocos (poquísimos) pasos disponía de un barrio marcado a fuego por la práctica de ciertas actividades muy poco honorables, la despoblación, el envejecimiento y la ruina creciente. ¿Cómo integrar semejante paisaje en un producto urbano que habría de recibir los aplausos de The New York Times?
Lo que proponían para el Soho los locos de Demolde, vecinos y conocedores a fondo de la zona, era un proyecto que hacía honor a su nombre, con clubes de jazz, galerías de arte, librerías y una actividad comercial en torno a la cultura. Algún club de jazz aconteció, también alguna librería, y para galerías de arte ahí está la de Javier Marín, abriendo una brecha a favor de la creación contemporánea que va mereciendo muchos más reconocimientos de los que tiene. Pero todo esto resultó anecdótico. Vinieron Obey y los demás figuras y el Soho empezó a salir en todos los papeles como monumento mundial del arte urbano.
Todo genial.
Y pasa lo que pasa.
Respecto a la marca del Soho como capital del arte urbano, poco hay que objetar. Pero si alguien confiaba en que la medida iba a bastar para hacer del entorno un área habitable, por muchos aplausos que cayeran, ya ha quedado claro que no es así y que hay que hacer mucho más. Para empezar, tal vez, culminar una peatonalización real y completa, si es que algún día la obra del Metro lo permite. Y, lo más importante, poner en marcha un plan de estímulo para el comercio y la vivienda.
Respecto a la marca del Soho como capital del arte urbano, poco hay que objetar. Pero si alguien confiaba en que la medida iba a bastar para hacer del entorno un área habitable, por muchos aplausos que cayeran, ya ha quedado claro que no es así y que hay que hacer mucho más. Para empezar, tal vez, culminar una peatonalización real y completa, si es que algún día la obra del Metro lo permite. Y, lo más importante, poner en marcha un plan de estímulo para el comercio y la vivienda.
El arte urbano lleva en su genética una adscripción a la periferia, la marginalidad y el extrarradio; si el Ayuntamiento quería tener esto en la Alameda se ha salido con la suya, pero no es lo más razonable tener un trozo de ciudad muerta entre el Perchel y el Puerto. Ahora, parece, esto del MAUS pierde tanto fuelle (su apartado musical, el SMS Festival, no tendrá reválida este año) como comulgantes, y a ver qué hacemos ahora con tanto mural en las paredes. Igual estaría bien recuperar la idea original del Soho, por cuanto, al menos, promulgaba una actividad comercial, no sólo contemplativa. Y a lo mejor, quién sabe, a alguien se le ocurre un día que es buena idea hacer un aquí un barrio. Algo para la gente. Menudas ocurrencias.
Pablo Bujalence
Málaga Hoy
Pablo Bujalence
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