Lo divertido será comprobar cómo se aplica la Ley de Extranjería a los británicos residentes en la Costa del Sol (ahora que el Reino Unido se ha convertido en otra Polonia, los ganadores del referéndum sí parecen tener más claro qué hacer, paradójicamente, con sus fontaneros polacos; de eso se trataba, supongo). Minutos después de que se anunciaran los resultados definitivos comenzaron a cundir los mensajes de quienes se felicitaban por un triunfo de la democracia, por la libre expresión de un pueblo en el ejercicio de su soberanía. Más allá de las votaciones parlamentarias al uso, lo deseable es que sea la ciudadanía quien decida las cuestiones importantes. Y, sí, ciertamente esto es lo deseable. Pero, la verdad, no tengo claro a qué precio y menos aún en qué circunstancias. Spiderman (no siempre va a citar uno a Descartes, leche) siempre decía aquello de que "un gran poder implica una gran responsabilidad", y algo de eso hay. Viendo quiénes fueron los primeros en salir a festejar el resultado (Nigel Farage, Donald Trump, Marine Le Pen y Roger Daltrey: gente con la que nunca se me ocurriría echar una partida de parchís), creo que todo este rollo ha servido para dejar enormes cantidades de poder político a gente que, cuanto menos, defiende una utilidad sui generis de la política. Ya sabemos que entre quienes están al frente de las instituciones no faltan ejemplares de una calaña peor, pero si esto es la alternativa pues ya me dirán. Sí, el pueblo británico ha hecho uso de la democracia, pero la democracia no es un fin, sino un medio. Un medio para conseguir cosas que merezcan la pena. Para actuar con sabiduría y responsabilidad.
En los últimos años, gracias a episodios como el 15-M, se ha producido en no pocos países un saludable despertar de la conciencia democrática entre personas de todas las edades. Este tiempo ha demostrado que la movilización que sigue al hartazgo puede obtener frutos. La democracia ya no consiste en sentarse a esperar a ser gobernados, sino en tomar decisiones y encontrar los cauces para aplicarlas, lo que sólo en términos de justicia social resulta revelador. Sin embargo, sospecho que este despertar ha venido en paralelo con un empobrecimiento general del interés y la formación humanista y, por tanto, con el crecimiento de valores poco alentadores. Que el Reino Unido abandone la UE al calor de soflamas racistas y ansias de blindaje y frontera no es una buena noticia. Para ser soberano, al ciudadano habría que exigirle mayor calidad. Un soberano revanchista e ignorante es un mal rey. Y de éstos ya hemos tenido demasiados.
En los últimos años, gracias a episodios como el 15-M, se ha producido en no pocos países un saludable despertar de la conciencia democrática entre personas de todas las edades. Este tiempo ha demostrado que la movilización que sigue al hartazgo puede obtener frutos. La democracia ya no consiste en sentarse a esperar a ser gobernados, sino en tomar decisiones y encontrar los cauces para aplicarlas, lo que sólo en términos de justicia social resulta revelador. Sin embargo, sospecho que este despertar ha venido en paralelo con un empobrecimiento general del interés y la formación humanista y, por tanto, con el crecimiento de valores poco alentadores. Que el Reino Unido abandone la UE al calor de soflamas racistas y ansias de blindaje y frontera no es una buena noticia. Para ser soberano, al ciudadano habría que exigirle mayor calidad. Un soberano revanchista e ignorante es un mal rey. Y de éstos ya hemos tenido demasiados.
Pablo Bujalance
Málaga Hoy
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