En esta grave crisis por la que atraviesa el país debería ser normal que el Partido Popular y el Partido Socialista pactaran una salida; para eso sería necesario que la derecha española fuera también normal, como en Europa, cosa que no sucede aquí. Por supuesto, los socialistas deberían facilitar con su abstención que gobernara el Partido Popular, pero a mi juicio existe un obstáculo insalvable. No es la economía, ni la reforma laboral, ni la ley mordaza, ni la educación, ni la sanidad, sino la toxicidad política que emite esta derecha lo que hace que el trato sea prácticamente imposible.
Es muy difícil pactar con un partido que permite que el dictador permanezca en su panteón faraónico del Valle de los Caídos, un escarnio a la memoria colectiva, mientras pone todas las trabas posibles a desenterrar de las cunetas a los fusilados republicanos hasta hacer sentir a sus familiares que fueron los culpables de aquella tragedia. Para evitar el rechazo tóxico que provoca, esta derecha debería sacudirse de encima el franquismo larvado que aún la atenaza y cumplir dos requisitos básicos: entregar los huesos de Franco a su familia y condenar oficialmente el golpe de Estado del 18 de julio, algo que no ha sucedido todavía.
El Partido Popular se comporta como el dueño del cortijo y siempre tiene a mano algún capataz dispuesto al insulto con la boca torcida al estilo tabernario. ¿Quién se atreverá a pactar con un partido imputado cuyo presidente está metido hasta las cejas en la pocilga de la corrupción? Tampoco la izquierda se ha liberado del resentimiento histórico de haber sido derrotada por las armas.
Da la sensación de que en la política española persisten calientes todavía algunas cenizas de la Guerra Civil, que han impedido la verdadera reconciliación nacional, un veneno que ambos bandos no han acabado de purgar.
Y así nos va.
Manuel Vicent
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