Una vez apagadas las luces del Terral llega la hora del balance y el análisis sobre una convocatoria que, posiblemente, haya vivido uno de sus peores años en lo que a respuesta de público se refiere.
El Terral, la cita veraniega con la música que organiza el Teatro Cervantes, cerró ayer las puertas de su última edición con la actuación de la Ibrahim Diakité Band. Una vez apagadas las luces llega la hora del balance y el análisis sobre una convocatoria que, posiblemente, y a falta de los datos oficiales, haya vivido uno de sus peores años en lo que a respuesta de público se refiere. En su cartel deslumbraban nombres como Melody Gardot, John Grant, Carminho, Jean-Luc Ponty o Esperanza Fernández. Todos de gran valor y contrastada calidad, cierto, pero ninguno lo suficientemente robusto como para servir de espolón y tirar del carro. Porque una de las normas de oro de cualquier festival de este tipo es la de contar con al menos un gran nombre para que encabece la promoción de toda la oferta. Por ejemplo, hubiera bastado con colocar a Jamie Cullum –que hoy toca en Montecarlo y que no pisa tierras malagueñas desde 2013– al frente del cartel para multiplicar la visibilidad de todo el Terral 2016. Los carteles necesitan del cuatro puntillas o chinchetas para cada una de sus esquinas. De lo contrario se caen en el olvido o en los brazos de la competencia.
Porque otro de los grandes enemigos del Terral es la enorme actividad musical que la provincia presenta durante el verano. Starlite, Ojeando, Weekend Beach, Benalmádena Suena... Todos luchan sin piedad para mantener su posición y ganar público. Y para ello se emplean con fiereza durante todo el año. De nada vale levantar el teléfono en mayo y esperar que los mejores artistas se apunten a tu fiesta. Lo habitual en las contrataciones de este tipo es, además, bloquear fechas y espacios geográficos para evitar sorpresas inesperadas. Por ejemplo, si Starlite contrata a Robert Plant, en el acuerdo se estipula que el británico no puede ofrecer otro concierto en Andalucía ni antes ni después del verano. Así se garantiza la asistencia de sus fieles seguidores de Despeñaperros para abajo y la correspondiente taquilla.
Seguro que el equipo del Cervantes ha trabajado a fondo en este sentido, pero habría que exigirles más ambición, determinación y arrojo. La tibieza y la falta de concreción son otros de los elementos que han debilitado la marca Terral, que pese a la experiencia –la criatura nació en 2004 y tiene ya 12 añitos– no ha sabido erigirse en lo que realmente es: el único festival de verano de Málaga capital. Con este exclusivo título por bandera, no se explica que se haya diluido en vez de ganar prestigio y fortaleza. Es cierto que –y aquí llega la principal excusa oficial, que por más que se repita no sirve absolutamente de nada– hemos vivido una crisis terrible que ha hecho que todo tenga que reformularse. En este sentido no le falta razón a Gemma del Corral, que a la vez confiesa que no sabe bien cómo hacer que el Terral vuelva a cobrar el protagonismo perdido. Con una mano, la edil confía ahora en que el nuevo director del Cervantes, Juan Antonio Vigar, obre el milagro. Con la otra, la máxima responsable municipal de Cultura puso todas las velas a favor para que navegasen los ya náufragos 101 Sun Festival y SMS, propiciando la competencia directa al debilitado Terral. No sería por tanto un error apuntar que la merma de la cita musical del Cervantes tenga relación directa con la capacidad de nuestros munícipes de destinar los recursos públicos a las propuestas menos indicadas. ¿Cómo sería hoy el Terral si el Ayuntamiento le hubiera inyectado la inversión que destinó al evento musical del Soho? ¿Y de qué Terral estaríamos hoy hablando si los miles de euros que cada año se llevan las Serenatas de la Luna Joven –ciclo ochentero que hoy se celebra por inercia y sin pies ni cabeza ni criterio alguno– se incluyeran en su presupuesto? Como ven, lo peor de haber pasado por una brutal crisis no ha sido el propio descalabro económico, sino la forma de actuar de los que salen de ella sin haber aprendido nada. Es triste, pero es una realidad: nuestro Ayuntamiento se pone la zancadilla a sí mismo e incluso se contraprograma. Y este es el gran motivo –hay muchos otros, por supuesto– por el que en Málaga no existe un festival de música en verano. Está el Terral, pero, diablos, parecen querer matarlo.
No hay que buscar toda la culpa en los agentes externos, para nada. También existen razones internas. La primera es la definición misma del certamen. El Terral fue primero un ciclo y después pasó a ser un festival. Luego se trasladó del Cervantes al Peñón del Cuervo. Más tarde se volvió a encerrar en el escenario municipal. Seguidamente se abrió a otros espacios de la ciudad. Luego comenzó a ofrecer teatro y musicales... El continuo cambio de su identidad no ha ayudado en nada. Hoy resulta complejo decir a ciencia cierta qué es el Terral. En sus años de gloria, no hacía falta explicarlo. En el cartel brillaban Joe Cocker, Solomon Burke, Roberta Flack, Taj Mahal, Elvis Costello, Kruder & Dorfmeister y el mismísimo Lou Reed, aunque esa realidad –hoy impensable– fuese únicamente posible a cuenta del remanente de la tesorería municipal. Eso sí que era vivir –en este caso, programar– por encima de nuestras posibilidades. El derroche, no obstante, sirvió para cimentar la marca del evento. Y esa marca no se ha sabido cuidar en nada. Ni siquiera hoy, ya que es inexplicable que el recién llegado Mosma posea una sólida identidad en las redes sociales y el Terral no tenga ni una mísera cuenta de Twitter propia.
De todos es sabido que Vigar quiere renovar el encuentro de Málaga con este festival. Y habrá que confiar en su capacidad. Es cierto que aún no ha tenido el tiempo suficiente para elaborar un proyecto a largo plazo, pues no lleva ni un año a los mandos de los teatros municipales, a los que llegó en agosto de 2015. Pero éste ha sido su primer Terral. Y no ha salido como esperaba. Para no faltar a la verdad, también habría que contar que fue la mala fortuna la que hizo que Wilco no pudiera estar en el cartel, aunque se daba por cerrado, y que el concierto de Gardot, el más esperado de todos, coincidiese en día y hora –el pasado domingo– con el de Santana en Marbella. En el lado de los aciertos, hay que aplaudir la incorporación de los ciclos de flamenco y música étnica y jazz. Una línea a explotar en futuras ediciones.
El Terral posee todos los mimbres para volver a ser una cita de la que sentirnos orgullosos. Un festival con la capacidad de colocar a Málaga en el mapa de los festivales más destacados de España. Sólo es necesario ponerse manos a la obra para que regrese al lugar que se merece. Bajo su paraguas deberían organizarse recitales en el Auditorio –que hoy parece más un coto privado que un espacio público–, en la playa y en la plaza de toros, al fin recuperada este año. Sin olvidar el Cervantes, que no debería monopolizar julio con los rentables musicales –¿qué tal no cerrar el teatro en agosto para que Cabaret, Chicago o Sister Act hagan caja sin desplazar al Terral?– ni las plazas de la ciudad.
Nadie dice que sea una tarea fácil. Pero es necesaria una mesa de trabajo en la que se analicen todas las fortalezas, que son muchas, de una cita que hoy da más pena que alegrías. El Terral tiene mucho camino ya recorrido. No dejemos que su calor se apague. Málaga no sólo lo necesita, sino que lo está pidiendo a gritos.
Jesús Zotano
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