Cuando la vida era fácil, o al menos un poco menos difícil, en los veranos desaparecían las aristas de la contienda política y por los periódicos aparecía el monstruo del lago Ness o cualquier otra extravagancia con la que llenar unas páginas que corrían el peligro de convertirse en anodinas. El monstruo del lago escocés era una mascota periodística, un borrón de tinta en medio del paisaje idílico de las Tierras Altas. Un símbolo de bonanza que con sus dudosas fauces aparecía para decirnos que todo iba bien. La paloma de la paz pasada por el periodismo. Los tiempos han cambiado. Por ningún periódico hay rastro del otrora famoso monstruo. Ahora lo único anodino es esa especie de interminable partida de póker en la que andan enfrascados nuestros políticos desde hace siete meses. Barajan, lanzan faroles, amagan y, de cuando en cuando, salen para soltar un rayo de luz o para ofender la inteligencia del pueblo y volver a su timba, cada vez más ajena, más desenchufada de lo que ocurre en la calle.
En la calle, con el siniestro telón de fondo de la yihad y sus variantes, el monstruo que sigue serpeando es el del desempleo y la precariedad. Ya no es el desencanto. El desencanto no fue otra cosa que el desmoronamiento de una ilusión excesiva. Un sarampión de juventud. Incluso parece que hemos dejado atrás la famosa indignación. Su carcasa está abandonada, como el traje de un muñeco de feria después de la fiesta. Lo que ahora cunde es el hastío, una especie de resignación, casi de conformidad. Como los belgas en su momento o los italianos convencidos de que un país puede marchar sin políticos, casi sin Estado. Y así va cada cual, amoldándose a la situación. Oyendo cada vez menos el zumbido de los pactos, las añagazas y las estrategias del ombligo.
Anda la ciudadanía con sobrealimentación no de política sino de políticos, de personalismos. Se sabe que por ahí, entre la carrera de san Jerónimo y la Moncloa, hay fontaneros, espeleólogos, engrasadores, lo mismo que sabemos que hay gente trabajando en la Nasa o midiendo las capas de hielo del Polo Norte. Cosas ajenas. Dos campañas electorales y el aviso de una tercera inmunizan a cualquiera por mucho que cada día salga alguien llamando a la responsabilidad y a la altura de miras. Lo repiten como si estuvieran rezando el rosario que el pueblo les ha mandado de penitencia. Lo hacen desde todos los niveles, desde Albert Rivera a Elías Bendodo y desde Homs a Errejón, pero de inmediato desaparecen para volver a lo suyo -como el monstruo escocés desaparecía bajo las aguas- y ya apenas podemos adivinar sus movimientos, confundidos con las sombras. Mientras, la rueda sigue girando, la burocracia paraliza las ayudas para reparar los daños de los temporales como quizá pronto la falta de presupuestos nos paralicen a todos, algún desesperado se quema a lo bonzo y por cualquier ventanal institucional -Tráfico por ejemplo- asoma la cara la corrupción, el monstruo más fiel.
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