El mundo animal, en época de apareamiento, sigue el orden establecido. A la voz de ya de la naturaleza todos los actores implicados en el fornicio procreador se ponen a ello. En nuestro mundo, el de los sápiens desanimalados, lo de a la voz de ya de la Naturaleza ya no existe, ni para los asuntos del fornicio procreador, ni para casi ningún otro. Desanimalarse, para según qué cosas, es tan malo como socializarse. El estro, en los mamíferos animalados, es «l´avangelio», y se respeta rigurosamente. Cuando el estro llama a sus puertas, toc, toc, toc..., las libidos del mundo animal le abren y le dan la bienvenida... Y lo que tiene que ocurrir, ocurre. En los mamíferos desanimalados, como nosotros, los listillos del planeta, ni flores... Con nosotros el estro y las libidos juegan al escondite inglés, y más que llamadas naturales son actitudes sociales. En el mundo socializado el estro es un constructo. Ya, ni a los poetas les queda el estro de inspiración y furor poético de otrora. Qué torpísimos somos. Aunque no todos...
«¡Hagámoslo juntos...; cohabitemos; perpetuemos la especie! Si no cohabitas conmigo serás el único culpable de la desaparición de la raza... Mira que si no nos enrollamos el big brother de Estrasburgo se convertirá en el hombre del saco. Y el de Bruselas en el sacamantecas... Y el gran superbig brother, el que reparte los euros, que vive en Fráncfort del Meno, nos dejará impotentes y estériles hasta la eternidad... Si no te enrollas conmigo, Europa se reirá de nosotros ¡Hagámoslo, caray; cohabitemos; perpetuemos la especie...!».
Tal que así suena la actual perorata celestial para torpes, que, lamentablemente, no es privativa de la especie alfa actual. En el universo político de los mamíferos desanimalados, la especie alfa, sea cual sea cada vez, chispa más o menos, siempre funciona igual: inventando estros artificiales y ortopédicos que le permitan seducir y encamarse con los que alguna vez despreció.
La chispa esta vez vendría de la mano de la idea de proveer a los colegios electorales con platitos de surtidos de mantecados, alfajores, polvorones, pestiños... y con copitas de ponche, brandy y anís, y con repartidores de gorritos y matasuegras, y con grupos de pastorcillos cantores y pandereteros que a las puertas de cada colegio electoral se turnarían para festejar durante doce horas la doble dicha: la del nacimiento del Niño Jesús, primero, y unas horas más tarde, la del nacimiento del nuevo presidente del Gobierno del Reino de España, que, salvo que padezca delirios de grandeza –cosa que demostraría algún trastorno más grave–, fuere quien fuere, será la viva encarnación de la torpeza. Eso sí, podría ser que sus delirios lo instalaran en la posteridad como el Presidente de la Natividad y que fuera llamado a ser sujeto de estudio por los más ínclitos exégetas católicos del mundo-mundial, que lo dejarían todo para dedicarse en cuerpo y alma a la sesuda interpretación del inusitado hecho y del extravagante personaje.
Prometo que hoy pretendía escribir de turismo, pero mi pluma virtual se ha negado. He negociado cada párrafo, para hacerlo, pero nada. ¡No, es no, joder, que no te enteras...!, me ha escrito. Afortunadamente, ha accedido a adulzar el tono, porque ella, motu proprio, había empezado escribiendo: «Me jode asumir que vivo en un país en el que las patochadas interesadas de los elegidos se aprovechan de la desidia y del desinterés de los electores...»
Y usted comprenderá, sufrido lector, que esas no eran formas... ¿O sí?
Juan Antonio Martin
La Opinion de Málaga
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