La última vez que me sentí discriminado en la Feria de Málaga fue hace exactamente dos años, cuando no nos dejaron entrar en una caseta por llevar pantalones cortos. En aquel momento, no se nos ocurrió montar un pollo en la puerta, pedir una hoja de reclamaciones custodiados por la policía ni que nos recibiera el alcalde. Simplemente dimos media vuelta y nos fuimos a otra caseta -por aquel entonces ya había cientos porque la Feria siempre ha gozado de cierta desproporción, quizás ahí resida su gracia-. Por lo tanto, aquella fue una censura que recibimos con dignidad, creo humildemente que supimos mantener la entereza no sin cierto poso adolescente, como cuando ya has pasado los 30 y un buen día, glorioso como pocos, te piden el carnet para comprobar que eres mayor de edad. Lo de no dejar entrar a las casetas con pantalones cortos o con tenis es una costumbre demencial que hemos mantenido mediante nuestro silencio y con la complicidad de varias ferias a nuestras espaldas. Es en cualquier caso una discriminación 'light' o de andar por casa, uno de esos problemas de la vida que pueden solucionarse con un buen fondo de armario.
Uno no ha estado allí, no frecuenta esos lugares, ni estaba en el momento exacto en el que le denegaron la entrada a este actor, y es importante remarcar su profesión porque si fuera reponedor no estaríamos hablando de esto. El caso es que en verano las noticias alcanzan con una pasmosa facilidad los medios nacionales y cualquiera que no esté al loro podría pensar que en la Feria se practican violaciones de cinco en cinco y que se fomenta la esclavitud. Eso sí que es mala fama. La parsimonia informativa del mes de agosto surte el efecto de una amplificación superdotada que provoca sordera. Hasta donde sabemos, Málaga no es ni ha sido nunca una ciudad en la que los episodios de xenofobia sean habituales. Más bien al contrario, nos hemos jactado de ser ciudad portuaria y por lo tanto canalla, que ahora abraza con toda la longitud de sus brazos al turismo sin pedir pasaporte ni grupo sanguíneo. De hecho, me atrevería a decir que si tenemos algún problema con alguna especie humana, ésta pertenece a nuestro mismo ámbito étnico, y les llamamos merdellones. Quizá sí que seamos un pelín clasistas, pero es porque estamos en contra de la pobreza; la riqueza nos viene bien. Para nosotros, los negros no son nunca un problema. Y disculpen que sea tan directo, pero escribo estas líneas en un piso franco del centro histórico y justo debajo hay una especie de romería de unas 40 personas que canta en coro y bien de bombo justo debajo del Hospital Gálvez, con las madres primerizas asomadas por las ventanas preguntándose cómo les va a salir el niño. Supongo que una parte de la diversión de la Feria consiste precisamente en olvidarse de alguna manera de que existen los demás, y en hacer mucho ruido.
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