Una de las mejores cosas que tiene vivir en un destino turístico y residencial para miles de extranjeros es que en verano la oferta musical se amplifica, se internacionaliza y en numerosas ocasiones tenemos la oportunidad de ver conciertos de primer nivel. La temporada que dejamos atrás no ha sido una excepción, pero además cada vez hay más variedad a la hora de seleccionar los recintos. Este verano habré pisado unas cinco veces una plaza de toros, y ninguna de ellas ha sido para ver a ningún torero. Sí he visto las hermosas ganaderías de Raphael en la plaza de toros de Marbella y he advertido pases toreros en los movimientos del espectáculo de Sara Baras en la Malagueta. Esta semana en el concierto de Bunbury, que por cierto es un reconocido vegano, hemos inspeccionado el albero en busca de rastros de sangre de las corridas de la Feria, con poco o ningún éxito. De todos los conciertos que han pasado este año por las plazas de toros, el de Melody Gardot en la Malagueta, organizado por el Teatro Cervantes dentro del ciclo 'Terral', fue el único en el que se intuyó algún debate. La norteamericana se mostró incómoda en varias ocasiones por estar actuando en «un espacio diseñado para la violencia y para la muerte», e hizo algún alegato velado contra la tauromaquia. También se ha dado el caso de artistas que se han negado a aceptar ofertas para actuar en cosos taurinos, incluso dentro del cante y del baile, creando controversias en el flamenco más conservador.
Lo previsible es que a las corridas de toros tal y como las entendemos ahora le queden como mucho diez o quince años de vida. Esto es algo que comparten muchos aficionados y conocidos profesionales del toreo. Incluso aunque en un hipotético referéndum nacional ganara el sí a las corridas de toros, la presión internacional será cada vez mayor; la Unión Europea ya ha rechazado subvencionar a cualquier actividad relacionada con la tauromaquia, y hay constancia de que está estudiando leyes y recomendaciones respecto a los derechos de los animales. En España, resulta tan difícil posicionarse que el futuro de los toros se ha convertido en un tema tabú: ni siquiera Podemos se muestra de una manera nítida a este respecto. Lo que está claro es que, con toros o sin ellos, tarde o temprano tenemos que resolver cómo vamos a emplear esa arquitectura. En las plazas españolas ya se han celebrado muchísimos conciertos, partidos de tenis, obras de teatro (algunos con el clásico formato 'arena') y eventos culturales y festivos de varios calibres. Quizá haya que poner un poco de atención en la cuestión acústica o en el tema de los accesos: pasear por el interior de algunas plazas de toros son auténticos viajes en el tiempo. Pero hay que continuar dotando a las plazas de toros de contenidos con imaginación, para que no se terminen convirtiendo en unos suntuosos mausoleos sobre sí mismos.
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