Habrá que revisar los anales para encontrar el precedente de un partido que con posibilidades reales de formar gobierno y en plena campaña electoral en dos comunidades se líe a mamporros a campo abierto como si no hubiera un mañana. Si a los chicos de Podemos hay que felicitarles por airear y debatir sus diferencias en Twitter, los del PSOE se merecen un reconocimiento internacional, ya sea el Nobel a la inmolación o cuando menos ese premio que concede la Asociación de Cuchillería de Albacete, este año en su XXVII edición, por profundizar como nadie “en el sentido humano de esa joya de nuestra artesanía y tradición que es la navaja”.
Al contrario de lo que pudiera pensarse, lo que está en juego en el PSOE no es ya la continuidad o no de Pedro Sánchez en la secretaría general, que algún día se le acabará las vidas al gato, sino un cambio de régimen, un tránsito a la modernidad desde un feudalismo de mesa camilla que ha gobernado la organización en las últimas décadas.
El sistema, tal y como ha estado concebido, giraba en torno al chalaneo: los llamados baroncitos -o más recientemente las sultanas- llegaban al Congreso del partido con unos cientos de delegados bajo el brazo y traficaban con ellos para conseguir puestos, prebendas y manos libres para hacer sayos con capas en sus territorios, donde no había quien les tosiera ni en plena epidemia de gripe. A veces bastaba con una docena, como ese engendro de Renovadores por la base, liderados por un tal Balbás, que acabaron haciendo secretario general a Zapatero antes que dos de los suyos le dieran la Comunidad de Madrid a Esperanza Aguirre con un tamayazo al volapié.
La fórmula hubiera continuado indefinidamente, porque beneficiaba a los chantajistas, que controlaban a sus peones con migajas, y al chantajeado, al que le era más fácil negociar con las respectivas camarillas a lo largo de una noche, tal era la tradición, que enfrentarse al veredicto de una militancia que con un voto en la mano era capaz de cualquier cosa, como elegir a Borrel en vez de Almunia pese al dedo índice de Felipe González.
Una de las últimas crisis vino a trastocarlo todo, después de que Eduardo Madina, aliado ahora con los que entonces le dejaron en la estacada, impusiera la elección directa del secretario general por la militancia, y ahí se abriera la caja de los truenos. Sánchez, que iba para marioneta de la aristocracia de provincias, se creyó aquello de que eran los afiliados y no Susana Díaz quien le habían sentado en el cargo y comenzó esta caza en la que de los tiros aislados se ha pasado a la batida con perros de presa.
Más que tumbar al secretario general, que también, lo que tratan los señores feudales es evitar su extinción como dinosaurios, algo que está escrito que se producirá tarde o temprano porque una vez que cedes al niño el mando de la tele no hay quien vea luego el Sálvame. En definitiva, tratan de retrasar el impacto del meteorito que ya sobrevuela sus cabezas.
Los baroncitos y sultanas llevan tiempo pergeñando el golpe de Estado pero les ha faltado arrojo para hundir la daga embozados y a la remanguillé, y ahora tratan de buscar una excusa para dar matarile a Sánchez públicamente, con el argumento de que lo hacen por el bien de España, que no se merece unas terceras elecciones, y del PSOE, que con 85 diputados debe conformarse con ser oposición y dejar que Rajoy siga echándose la siesta en la Moncloa.
A Sánchez le quedan pocas cartas, aunque una sea el comodín del público, que no es otro que la consulta a la militancia. Ignacio Varela, en otro tiempo sociólogo de cabecera del PSOE, del que ha vivido con un pachá, y librado por prescripción del uso de las tarjetas black de Cajamadrid, apuntaba ayer en El Confidencial que Sánchez podría tener a punto de caramelo un pacto con Podemos al que esperaba sumar a los partidos catalanes proscritos por independentistas. Varela, que obviamente está con los barones territoriales porque son ellos los que tradicionalmente le han encargado las encuestas de las que se ha alimentado, suele estar informado o, al menos, apunta a la herida por la que respiran los reyezuelos de taifas.
El secretario general ha maniobrado para que sea la Permanente del PSOE, y no la Ejecutiva al completo, donde no tiene mayoría, la que convoque para el 1 de octubre el comité federal que analizará los resultados de los comicios vascos y gallegos del 25 de septiembre y decidirá la estrategia del partido. Puede llegar a él con un pacto de Gobierno cerrado que someter a los afiliados, que es lo que temen los críticos, o proponer la celebración inmediata del Congreso si se le impone la abstención a la investidura de Rajoy. Es posible que Sánchez perezca en el intento pero lo que aún no saben sus pretendidos verdugos es que estarán tan muertos como él. La fiesta de los zombies hará historia.
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