domingo, 4 de septiembre de 2016

Una ciudad para no hacer nada ... Por Pablo Bujalance

HACE unos días leí en una revista un artículo de un profesor de Psicología del Trinity College de Dublín en el que el autor denunciaba lo que consideraba la "demonización" del estrés. Afirmaba el presunto que, frente a la idea general al respecto, el agobio derivado de la actividad laboral moderna no tiene por qué ser contraproducente, ni lamentable ni perjudicial para la salud; muy al contrario, convenientemente dosificado, razonado, distribuido y aplicado, el estrés puede resultar útil al individuo para rendir más en su trabajo con menos esfuerzo, calibrar mejor sus destrezas y hasta emplear el tiempo libre para hacer otras cosas de provecho, gustosamente, en pro de una completísima realización personal.
Los datos sobre la cantidad de personas que el estrés se lleva por delante en todo el mundo son, en opinión de este señor, engañosos por cuanto el desenlace fatal responde en la mayoría de los casos a un cúmulo de malos hábitos (alimenticios, sedentarios, sanitarios y de demás índoles) de los que el estrés no es directamente responsable. Poco después leí en la prensa una tribuna que vinculaba directamente la felicidad con la producción: es el resultado, el producto, el único capaz de legitimar un sentimiento de plenitud, de existencia colmada. Y esto me hizo pensar en algunas cosas. Por ejemplo, en el fraude de la creatividad: el pasaporte a la aceptación social pasa hoy no sólo por hacer muchas cosas, también por hacerlas originales, singulares y con connotaciones artísticas. A su vez, la recepción como ser creativo en la tribu basta a muchos para seguir en la tarea, lo que de paso insufla oxígeno al nuevo orden mundial, ése que se lo pasa en grande viendo a tanta gente trabajando gratis, únicamente a cambio de una consideración baldía. Pero es que sí, para ser alguien hay que hacer algo. Faltaría más.
Recordé también a Fray Luis y su anhelo de vida retirada, al estilo horaciano, con el fin único de darse a la contemplación ensimismada (Fray Luis, como Séneca, apuntaba que en cuanto a libros y amigos era mejor tenerlos pocos y buenos; difícilmente podría acuñarse un lema más impopular en el siglo XXI). Pero hay aquí un ideal humanista, el de no hacer nada (Aristóteles tuvo la culpa cuando reclamó tiempo de ocio a los filósofos para que pudieran pensar tranquilos en sus cosas), que ha quedado convenientemente defenestrado. Mircea Cartarescu recordaba que la civilización occidental se asienta en las cabezas de dos personajes que no hicieron más que ir por ahí hablando con la gente: Sócrates y Jesucristo. Pero el desarrollo nos vendió la moto de que al verbo ser hay que colgarle un atributo, preferiblemente activo: somos lo que hacemos, somos lo que producimos, somos lo que leemos, somos lo que comemos.
Ya no vale sólo con ser. Manuela me apunta un verso de Ángel González que viene como anillo al dedo: "Eres. Me basta". Cuando Yahveh dijo "Yo soy el que soy" se quedó, Él sí, en la gloria.
Pablo Bujalance 
Málaga Hoy







Pero luego resulta que me encuentro con el tipo que se sienta todos los días en el banco de mi calle. Viste siempre la misma camiseta del Málaga, el mismo bañador y las mismas chanclas. Está ahí todo el santo día. Lo veo cada vez que salgo, cada vez que paseo al perro o voy al periódico. Ahí está. No falla. Y no hace nada. En invierno se pone un chubasquero. A veces bebe una lata de cerveza. Por lo demás, nada. Habla con los vecinos, sonríe, saluda. Se incorpora y se vuelve a sentar. Debe faltarle poco para cumplir los cincuenta y no se dedica a nada. Igual tiene ideas fabulosas para equilibrar la economía o para comprobar si hay vida en otros planetas, pero no parece tener mucha intención de escribirlas. Y encuentro en él cierto carácter malaguita, así, relajado, con la ropa suelta (Malagueño y tranquilo, rezaba cierto lema publicitario) y pinta de oler a tigre. He aquí, pienso, la resistencia al nuevo orden mundial. A alguien tenían que salirle las cuentas del modelo clientelista, maldita sea. Y es que Málaga, con su clima de perpetuo verano, es la ciudad apropiada para no hacer nada. Otra cosa es que este retiro responda al ideal humanista o a cuestiones menos elevadas, pero no sabría qué escoger entre el tipo del banco y los psicópatas dispuestos a sacralizar el estrés. ¿Qué tal un ora sin labora?

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