De Nuria Espert, además de su talento, me encanta recordarla en los últimos días de Amparo Rivelles.
Si hoy es martes, no será extraño que alguna mujer mayor
ande salvando el país. Tengo la certeza de que a España la salvan las
mujeres mayores, que resistieron la época feroz y opresiva para
capitanear la revolución menos ruidosa y más eficaz de cuantas hemos
presenciado.
Hay mujeres que nacieron en torno a los años treinta del siglo pasado y asumieron tras ser niñas de la guerra una callada resistencia que se ha hecho expresiva muchos años después. Participan de la vida cultural con más ahínco que muchos jóvenes y suelen ser el público mayoritario de toda conferencia, concierto o proyección de interés. Me he acordado de esta generación de mujeres al escuchar las palabras con las que Nuria Espert acompañó la concesión de su premio Princesa de Asturias. No sé si la futura reina estuvo atenta al detalle de que más que reivindicación se trató de un diagnóstico. Le conviene guiarse más por esas figuras de resistencia que por toda la panoplia de esclavas de las marcas que desfilan por Instagram.
También me acordé de esa generación de mujeres españolas al morir Elena Santonja. Su hermana Carmen, miembro de las Vainica Doble, puso el humor en primera línea de la canción española, como su íntima Chus Lampreave puso las risas en tantas secuencias del cine. Fueron gente libre. Elena contaba que la echaron de su primer trabajo en TVE, donde triunfaría décadas después con su programa de cocina. Era una tertulia para jovencitas bajo la lupa de una Iglesia comprometida con la sumisión de la mujer. A una de las muchachas, la más cursi y pazguata, le sugerían trucos de maquillaje o de peinado cuando Elena le soltó: chica, tu problema es que tienes cara de pera y cuando tienes cara de pera, olvídate, estás fea te pongas como te pongas. Al parecer la jovencita estaba colocada a dedo por algún gerifalte del régimen, ¿les suena?, y a Elena la echaron. Pero podían echarte del trabajo, que la libertad no la perdías nunca.
De Nuria Espert, además de su talento, me encanta recordarla en los últimos días de Amparo Rivelles. Se habían conocido tarde en sus carreras, pero se hicieron íntimas tras trabajar juntas. La Espert iba cada tarde a acompañar a la Rivelles, enferma de osteoporosis, y a ratos jugaban al parchís partidas a las que se unía de tanto en tanto Lina Morgan. Me las imagino a las tres, rotas las costuras de tanto prejuicio teatral, de tanta etiqueta endilgada por otros, y estoy seguro de que en aquel tablero había más inteligencia convocada que en la más destacada cátedra nacional.
Hay mujeres que nacieron en torno a los años treinta del siglo pasado y asumieron tras ser niñas de la guerra una callada resistencia que se ha hecho expresiva muchos años después. Participan de la vida cultural con más ahínco que muchos jóvenes y suelen ser el público mayoritario de toda conferencia, concierto o proyección de interés. Me he acordado de esta generación de mujeres al escuchar las palabras con las que Nuria Espert acompañó la concesión de su premio Princesa de Asturias. No sé si la futura reina estuvo atenta al detalle de que más que reivindicación se trató de un diagnóstico. Le conviene guiarse más por esas figuras de resistencia que por toda la panoplia de esclavas de las marcas que desfilan por Instagram.
También me acordé de esa generación de mujeres españolas al morir Elena Santonja. Su hermana Carmen, miembro de las Vainica Doble, puso el humor en primera línea de la canción española, como su íntima Chus Lampreave puso las risas en tantas secuencias del cine. Fueron gente libre. Elena contaba que la echaron de su primer trabajo en TVE, donde triunfaría décadas después con su programa de cocina. Era una tertulia para jovencitas bajo la lupa de una Iglesia comprometida con la sumisión de la mujer. A una de las muchachas, la más cursi y pazguata, le sugerían trucos de maquillaje o de peinado cuando Elena le soltó: chica, tu problema es que tienes cara de pera y cuando tienes cara de pera, olvídate, estás fea te pongas como te pongas. Al parecer la jovencita estaba colocada a dedo por algún gerifalte del régimen, ¿les suena?, y a Elena la echaron. Pero podían echarte del trabajo, que la libertad no la perdías nunca.
De Nuria Espert, además de su talento, me encanta recordarla en los últimos días de Amparo Rivelles. Se habían conocido tarde en sus carreras, pero se hicieron íntimas tras trabajar juntas. La Espert iba cada tarde a acompañar a la Rivelles, enferma de osteoporosis, y a ratos jugaban al parchís partidas a las que se unía de tanto en tanto Lina Morgan. Me las imagino a las tres, rotas las costuras de tanto prejuicio teatral, de tanta etiqueta endilgada por otros, y estoy seguro de que en aquel tablero había más inteligencia convocada que en la más destacada cátedra nacional.
David Trueba
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