Hoy, después del penoso espectáculo de hace tres semanas, se vuelve a reunir el comité federal del PSOE. Lo que saldrá de ahí, en general, es previsible. Al final del día conoceremos los matices de la cuestión y se revelarán algunas de las tensiones producidas. Las salidas de tono o la resignación con que se ha acogido el veredicto de una más que probable abstención en la próxima sesión de investidura. Hace unos días, Francisco Conejo daba en este diario las razones que lo llevarían a defender la abstención en esta asamblea. Conejo hablaba como militante y como miembro del comité federal. Aludiendo a un artículo de Pedro Aparicio, titulaba el suyo 'Razones y cerrazones'. Ahí se acababa la influencia de Aparicio. A partir del título comenzaba la sinrazón.
No es que el artículo fuera un cúmulo de sinrazones. Sólo había una, pero todo giraba alrededor de ella. En realidad, gran parte de todo lo que ha ocurrido en el partido socialista en las últimas semanas da vueltas en torno a esa cuestión. Si todas esas voces, como la de Francisco Conejo, que ahora ven tan claramente que con menos de cien diputados y un Parlamento tan fragmentado la única vía razonable es abstenerse, ¿por qué no lo dijeron en aquella reunión del comité federal que aprobó por unanimidad decirle NO -así, con mayúsculas y sin matices- a Rajoy y al PP?
Francisco Conejo y todos los miembros del comité federal que opinan como él estaban allí. Y todos callaron. Todos avalaron el NO. ¿No sabían entonces que contaban únicamente con 85 diputados? ¿Por qué el razonable Conejo no expuso entonces todas esas razones que ahora esgrime? ¿Quizás porque Susana Díaz aún no había dado la señal de ataque? Sí, la abstención era la mejor vía, la menos mala. Pero lo era en el mes de julio, cuando un PP más débil podía haber aceptado las condiciones severas que podría haberle impuesto un PSOE todavía medianamente armado. Borrell y el alcalde de Valladolid fueron de los pocos que se atrevieron entonces a esgrimir ese argumento, esas razones que ahora usan todos los Conejos, todos los que entonces callaron. El bien de España ante todo. ¿Era otro entonces el bien de España? ¿O era mansedumbre?
Francisco Conejo, que se autoretrata como alguien «rocoso» y «alejado de la mesura», defiende la abstención porque «un gobierno débil del PP es mejor que uno fuerte». Bien, ¿pues cuánto más fuerte no será hoy ese gobierno del PP que hace dos meses, cuando el PSOE no se había definido a sí mismo como un solar? Un Sánchez oscurantista y errático que primero sostuvo que era imposible formar gobierno para luego enrocarse en una alternativa invisible propició la rebelión al convocar además un repentino congreso ordinario y unas primarias exprés. Esa fue la coartada, pero fue sólo eso, una coartada. Un acto que no convierte la maniobra susanista en un acto de lealtad patriótica sino en una impostura tras la que se esconde una feroz lucha por el poder.
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