El lenguaje se infecta. Lo infectan a menudo los políticos y lo infectamos quienes hablamos o escribimos en los medios. Nuestro vicio por una jerga que encubre a menudo un rechazo por la claridad acaba trufando el lenguaje común. Como resultado, a veces hablamos de asuntos cotidianos como si estuviéramos en una tertulia televisiva o haciendo declaraciones en el telediario.
En una esquina del periódico, no tan a la vista como a mi juicio debiera estar, me encuentro con que en Granada una madre ha agredido a la maestra de su niña porque las normas del centro no permitían la impuntualidad para una jornada musical. La madre, fuera de sí, agarró del pelo a la maestra, la pateó y la insultó. Todo esto delante de la cría. Dios nos libre de madres que nos quieran tanto. La maestra acabó en el hospital: las magulladuras se curan antes que los sustos y que el trauma que provoca una agresión.
Leo que la directora del centro ha declarado que a la paz se llega con el diálogo, y que la Consejera de Educación se solidariza con su caso y rechaza cualquier tipo de violencia. Supongo que estas expresiones provienen de cuando los telediarios abrían con los políticos condenando un atentado, pero francamente esas palabras suenan poco convincentes si se trata de hablar de algo ocurrido en una escuela. Todo es más simple: el profesorado es la autoridad que los padres deben reconocer. En casa nuestra madre solía decirnos: “A la maestra se la trata con respeto”. Por lo que se ve urge abrir una escuela de padres y madres para que aprendan a comportarse. Primera lección: a la maestra no se la pega (permítanme el laísmo).
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