viernes, 23 de diciembre de 2016

Ahora ... por Antonio J. López

Ahora es el momento de la celebración, de saborear la conquista sin prisa, con algo de recochineo incluso, frente a quienes no creyeron o no quisieron o ni lo uno ni lo otro. Ahora es tiempo de regresar al palacio de la Aduana, no para echar los papeles de la prestación social sustitutoria ni para preguntar por los permisos en Extranjería, sino para reencontrarse con algunos cuadros vistos hace mucho tiempo. Demasiado. Dos décadas menos un año, como en una condena, un secuestro, el de las colecciones provinciales de Bellas Artes y Arqueología. La segunda ha cambiado tanto que apenas resulta reconocible. Es, quizá, la gran sorpresa del Museo de Málaga. Habrá que vencer la costumbre y hacer un pequeño esfuerzo para llamarlo así, Museo de Málaga, con su justicia literal, y no sólo Bellas Artes. Ese es uno de los apellidos de su nombre, una de las ramas de este árbol que ya hunde sus raíces en el mayor edificio civil de la provincia.


Ahora también convendría recordar que aquello, La Aduana para Málaga, se logró gracias a un esfuerzo compartido y, también, a una determinación común: olvidar los personalismos para ponerlos al servicio de un objetivo colectivo. Han pasado dos décadas y el devenir de aquella comisión ciudadana ofrece un saldo más triste que negativo, con intrigas y pelas y miradas de reojo a ver si alguno amaga con la cuchilla por la espalda. Lejos de hacer olvidar viejas rencillas, los días previos a la inauguración del Museo de Málaga hicieron aflorar antiguas inquinas. Una pena, sobre todo para quienes se empeñan en vivir en el pasado, quienes pretenden patrimonializar un acontecimiento que tuvo su razón de ser en un naturaleza mestiza, huérfana de autorías, pero como muchos padres y muchas madres. Porque no hay peor viudedad que la ejercida cuando el otro aún está vivo y coleando, por más que sigan coleando algunos venenos mal curados. Puestos a tirar de memoria, habría que acordarse de esos que se negaron (por acción u omisión) a que el museo estuviera entero en la Aduana entera y que ahora se ponen ufanos para el canapé, la foto y las medallas.

Ahora sería bueno recordar la pertinencia de unos fondos de Arqueología y de Bellas Artes unido en una misma sede. Hace 20 años el debate podía ser oportuno. Ahora no lo parece. El mapa de equipamientos museísticos ha cambiado y crecido de manera notable en este tiempo y cuesta entender la dispersión de dos colecciones que por separado ofrecen un interés evidente y que juntas representan un conjunto bien pintoso. En el Museo de Málaga encuentra la ciudad, la provincia, una referencia, un mascarón de proa para una nave que puede zozobrar en el futuro, pero que en la Aduana tendrá un faro, un ancla estable.

Ahora es pronto, quizá, pero habrá que plantearse si esa estabilidad es sostenible con el modelo actual de entrada gratuita para todos los ciudadanos de la Unión Europea. Habrá quien vuelva a plantear que los ciudadanos ya pagan los museos con sus impuestos. Serán los mismos que colocan varas de medir bien distintas para las manifestaciones culturales frente a las deportivas, por ejemplo. Se paga por entrar a un estadio para ver jugar a millonarios, pero también por alquilar una pista para echar una pachanga con los amigos. Quien habla de cultura gratis no habla de otra liga, habla de otro deporte. Y hace trampas.

Ahora la Aduana ya es de Málaga. Un museo que provocó cuatro manifestaciones de miles de personas. Aquí un motivo para el orgullo gregario, también para la memoria. Cuando queremos, podemos. Aunque para eso tengan que pasar 20 años. Como decía Gil de Biedma: «Ahora que de casi todo hace ya 20 años…».

Ahora que ha pasado casi una semana desde la inauguración institucional del Museo de Málaga todavía escuece la manera como la han manejado, de espaldas a la ciudad, como de tapadillo. Aquí, que por menos de un pito montan una exposición en la calle Larios, una jaima en Alcazabilla y un pitote la Marina. Aquí, nada. Ni una triste banderola. Ni carteles. Ni monolitos de esos que entorpecen el paso. Ni marquesinas en los autobuses. Nada. Eso no es austeridad, por más que lo digan ahora.

Antonio J. López

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