A Mark Ryden (Oregón, Estados Unidos, 1963) siempre le acompañará el subtítulo de 'padre del surrealismo pop', pero también irá con él una pléyade indestructible de admiradores como la que anoche invadió la inauguración sorteando la lluvia con motivo de esta retrospectiva, la primera fuera del continente americano, una de las más importantes en la carrera del artista y la más cara jamás realizada por el centro malagueño.
Ya por la mañana, en una rueda de prensa bien nutrida de periodistas nacionales, se pudo palpar que la repercusión que alcanzaría esta muestra quizá podría compararse con la 'aparición mariana' de Marina Abramovic en el mismo centro, que provocó una turba inmóvil de gente con ella en medio, saludando como una auténtica mártir de la performance. Al final, no se repitió el 'efecto Abramovic', pero fue una multitud la que no quiso perderse la inauguración. Horas antes, durante la rueda de prensa, ya había en la puerta del CAC una pequeña fila de militantes del universo onírico de Ryden, una de ellas presumiblemente disfrazada para la ocasión (aunque también es posible que vaya así todos los días) y todos cargados con catálogos con el ansia de ver estampada en ellos la rúbrica de su artista de culto.
A Mark Ryden la fama no le resulta extraña porque sus obras forman parte de la colección privada de muchos artistas, chulos y famosos de América. Leonardo DiCaprio o Katy Perry han sido retratados en alguno de sus cuadros, cuyo valor suele superar el medio millón de dólares. Aquí su ámbito no ha trascendido todavía la frontera del pop pero está bien resguardado del frío en la prominente esfera de lo 'cool'. Una de sus grandes embajadoras en España, Alaska, ha hecho malabares con su agenda para poder almorzar con Mark Ryden en la casa del director del CAC Málaga, Fernando Francés, para envidia del moderneo local, que por cierto todavía se está dando tortazos y dejando caer su propio orgullo por hacerse con una de las exclusivas invitaciones editadas por el CAC, una pieza de coleccionista que podrá venderse por 1.000 euros en eBay cuando la cosa apriete más que de costumbre.
También Antonio Banderas pudo compartir mesa con el norteamericano aprovechando su visita al centro malagueño durante la Semana Santa, que ha ganado un nuevo e ilustre penitente. Ryden contó que se había quedado tan impresionado con la monumentalidad de los tronos que vivió las procesiones con la ansiedad que genera el querer verlo todo. Hasta Santiago Segura fue testigo de los toques finales del montaje aprovechando su visita a Málaga esta semana, invitado por La Térmica. El pueblo llano, que a fin de cuentas es el que manda, se reunió anoche, y hubo hasta autobuses fletados de no se sabe dónde para asistir a la inauguración. Poco a poco se va dinamitando la noción que sugiere que el arte contemporáneo es sólo para minorías.
El arte de la fama
Como puede apreciarse, Mark Ryden ha ascendido como la espuma en sus dos décadas de carrera pero nunca se ha desprendido de su pretensión de artista de masas. Cuando aún era desconocido para el gran público, realizó la portada del Dangerous de Michael Jackson. Se reunió con él para escuchar las canciones del disco y atender a las extrañas peticiones del cantante en una visita que, según relata, le habría dado para escribir un libro si todo aquello no estuviera protegido por un estricto contrato de confidencialidad. Jamás tardó tanto en realizar una portada.
Ryden se nutre de figuras recurrentes: Abraham Lincoln, Christina Ricci, El Bosco, Ingres y la carne en todos sus aspectos; la naturaleza es el paisaje acompaña a su estética, próxima al universo onírico y macabro de Tim Burton, otro de sus grandes coleccionistas. De hecho, Burton dirigió la película 'Big Eyes' (2014), en la que contaba la historia de Margaret Keane, otra de las grandes referencias de Ryden. Ambos dibujan con enormes ojos el trayecto de una imagen de ser considerada una baratija de mercadillo, con el mismo valor que un póster de gatitos, hasta formar parte de las obras más codiciadas del arte actual. En otras palabras, la trayectoria del triunfo de un arte que ha hecho bandera del mal gusto.
Por Txema Martin
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