Una de las imágenes de estas navidades ha sido y sigue siendo el anuncio de Netflix que promociona la serie 'Narcos'. El cartel muestra al personaje de Pablo Escobar, fundador del Cartel de Medellín, junto a la frase 'Oh, blanca Navidad' en una enorme lona situada en la plaza del Sol, el kilómetro cero del país donde más cocaína se consume de todo el mundo. Hace unos días, el Ayuntamiento de Madrid confirmó nuestras sospechas de que no retiraría el anuncio, tal y como exigen el gobierno de Colombia y algunas asociaciones de colombianos residentes en Madrid. Alegan que el consistorio madrileño no entra a valorar las connotaciones morales de los anuncios que se contratan en la capital y que, en cualquier caso, el póster en cuestión no incumple ninguna normativa. La polémica de estas navidades está servida y no hace más que alimentar el éxito de la campaña.
El anuncio de Netflix es la prueba definitiva de que la Navidad se ha hecho mayor con nosotros y se ha desprendido de un sentido religioso y familiar que obstaculizaba su verdadera revelación como la época más consumista y disparatada del año, transformándose de ser una celebración más o menos íntima, cristiana y de posguerra hasta convertirse en un mes de un consumismo voraz y de excesos representados como una interminable comida de empresa. Ahora el gran enemigo del espíritu navideño son los ácidos estomacales y apenas hay gente que se acuerde de celebrar los inauditos acontecimientos supuestamente ocurridos en el año 0. El de 'Narcos' ha superado por fin a los anuncios de los turrones, los jóvenes que vuelven de la mili y las muñecas que se dirigen al Portal (¿Belén? ¿Pero dónde está eso?) para servir como el artefacto promocional definitivo de unas navidades donde lo mejor que te puede pasar es que te toque el Gordo, con la famotidina como el mejor aliado.
André Gide escribió que la familia y la religión son los peores enemigos del progreso. Dicho así, cabría decir que estamos ante la Navidad más progresista que se recuerda. En Málaga, donde al igual que en otros lugares la vida es una tragicomedia que se va resolviendo por capítulos, el espacio emocional del cartel de Netflix lo ocupa el alumbrado estrella de estas navidades y su arquitectura atea, dedicada a la promoción del consumo de grandes marcas. Ahora nuestro Ayuntamiento recula, no cortará las calles y limitará a dos los espectáculos audiovisuales diarios, la demostración de que el alumbrado no está ahí para que lo disfruten los ciudadanos, sino simplemente para que consumamos más. No será esta sección la que sugiera que la Navidad vuelva a sus orígenes, ni mucho menos: celebramos que sean las propias estructuras democristianas desde donde se propone que el espíritu navideño que abandone sus viejos lastres para dedicarse al derroche, la frivolidad y el individualismo al que estamos más que acostumbrados.
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