Aspirante a ganar su segundo Goya el próximo sábado por su trabajo en Tarde para la ira de Raúl Arévalo, Antonio de la Torre (Málaga, 1968) participó ayer en el ciclo Palabras Mayores de La Térmica, en una sala a rebosar de incondicionales con los que compartió confidencias, recuerdos y proyectos de futuro. Antes, este animal del cine conversó con Málaga Hoy sobre su oficio.
-El otro día fui al cine a ver una película española y no estaba usted en el reparto. ¿Cree que tengo motivos para preocuparme?
-Eso tiene su explicación. En España se hacen, pongamos,
cien películas al año. De ésas, las que llegan a tener alguna
visibilidad son diez o quince. Objetivamente este año yo estoy en dos,
lo que pasa es que son dos de las mejores, candidatas a premios y en lo
más alto del ranking. Sólo en este contexto se
puede entender eso que dices. Pero, que conste, es mucho. Que yo haya
llegado ahí, a esa dos películas, habrá tenido que ver con la suerte,
supongo. Sin embargo, piensa que nadie podía imaginar que Tarde para la ira
iba a dar un pelotazo. Más aún, lo de trabajar en esta película era por
una cuestión de fidelidad: Raúl Arévalo me dijo que iba a hacer la
película y que quería contar conmigo y yo, claro, le dije que sí. Somos
amigos. Cuando me lo propuso esperaba que, bueno, saliera una película
que estuviera bien, que tuviera su presencia y tal. Pero ni Raúl, ni yo,
ni nadie esperaba que la película fuese a tener esta aceptación. Te
diré más: no he estado en dos proyectos muy interesantes y muy
importantes, que me gustaban muchísimo, porque estaba en Tarde para la ira.
-¿Rechazó esos proyectos para rodar Tarde para la ira?
-Es que llevaba ocho años diciendo que sí a Tarde para la ira.
Cuando al final Raúl pudo hacerla, la hicimos. Pero sí, habría hecho
esas otras dos películas con los ojos cerrados. Al menos sí pude hacer Que Dios nos perdone,
de Rodrigo Sorogoyen, que es un director con el que me interesa mucho
trabajar. Con esta película me pasó algo curioso: el productor, Gerardo
Herrero, vino y me dijo que era fundamental que yo estuviera. Me
insistió en lo trascendental que era que yo aceptara. Por primera vez me
sentía un actor que pinta algo.
-Venga ya.
-A
ver, sí, de acuerdo, tonterías las mínimas. He sido consciente de que
me han ido llamando cada vez más, que han llegado el Goya y las ocho
nominaciones de después. Todo eso. No lo voy a negar, detesto la falsa
modestia. Pero con Herrero me sentí por primera vez importante para un
proyecto a nivel financiero. De verdad que eso no me había pasado nunca.
Y soy consciente de que estoy tirando piedras sobre mi propio tejado al
decirte esto, porque no creo que exista el star-system en España.
-¿Y sería bueno para el cine español que existiera?
-El
año pasado había una película que tenía todos los ingredientes para
funcionar muy bien, con un elenco espectacular y un director ganador de
un Oscar, que parecía tenerlo ganado todo de antemano, y no funcionó.
-¿La Reina de España?
-Sí.
-Pero esa película tuvo una historia muy singular con el boicot.
-Yo
no creo que el boicot fuese real. La gente que dice que no va a ir a
ver una película nunca va. El boicot es una cosa más de trolls
que real. Se habló tanto del asunto que picó la curiosidad de gente que
seguro que fue a verla por eso. En España hay mucho ruido y demasiada
gente que quiere ver películas gratis. Lo que quiero decir es que el
hecho de que haya buenos actores en una película no es garantía de que
vaya a funcionar. Nunca se sabe qué determina que una película cuente
con el favor del público o no. Cuando preguntaron a Emilio
Martínez-Lázaro por la clave del éxito de Ocho apellidos vascos no pudo ser más explícito: "No tengo ni puta idea".
-Perdone que insista: ¿Sería positivo un star-system español?
-En Hollywood puede haber un star-system, pero hoy está vinculado a sagas y a productos. Tom Cruise hace Misión Imposible y Matt Damon hace la saga de Bourne,
la gente lo sabe, se acostumbra de alguna manera y va a verlo. Pero no
por los actores, sino por el producto. En España puede existir el
producto, pero no el star-system. Es lo que pasa con Torrente. Santiago Segura ha creado un gran producto, eso es innegable. Pero que funcione Torrente no
significa siempre que funcione Santiago Segura. Lo mismo te diría de
Javier Bardem y Penélope Cruz. Ellos son la demostración de que en
realidad el star-system no existe no sólo en
España, sino en ninguna parte. Las comedias de Nacho García Velilla
tocan la tecla bastante bien, pero lo que hay ahí es un producto, nada
de star-system.
-¿Pero son los productos algo distinto de espejismos?
-Hay una percepción curiosa. A menudo me dicen que Tarde para la ira y Que Dios nos perdone son
dos películas que han funcionado en cuanto al público bien, o muy bien.
Hay un imaginario favorable a esa idea, seguramente porque se habla de
estas dos películas en todas partes.
-O porque la exigencia para considerar que una película tiene éxito de público es ahora menor.
-No,
a ver, en el caso de estas películas te hablo con conocimiento de causa
porque he hablado con sus productores y conozco más o menos las cifras.
Y ninguna de las dos ha funcionado en taquilla. Es decir, ninguna de
las dos ha recaudado lo que se necesitaba para cubrir lo que costaron. Y
eso que Que Dios nos perdone tenía a Antena 3 detrás. Tarde para la ira
es más barata, aunque de alguna forma se preveía que su rendimiento en
taquilla podía no ser suficiente. Fíjate, estaba convencido de que Que Dios nos perdone iba a funcionar, iba a rendir. Pero no.
-Aún así, ¿cree que Tarde para la ira, dada su naturaleza tan extraña, sin apenas diálogos, ha podido abrir una puerta por la que entrarán otros directores?
-Yo
meto en el mismo saco a Raúl Arévalo y a Rodrigo Sorogoyen. Tienen
muchos nexos como directores. Tal vez Raúl controle más la dirección de
actores porque es actor, pero Rodrigo es un realizador muy abierto,
dispuesto a aprender siempre. Los dos pertenecen a una generación de
directores muy centrados en que las películas sean de verdad, que estén
muy pegadas a la verdad. A Sorogoyen lo vi durante todo el rodaje muy
metido en el partido de la credibilidad, y Raúl lo tiene igual de claro.
Me contaba, por ejemplo, que estaba harto de la figuración típica, que
quería que todo lo que saliera en pantalla, incluida la figuración,
pareciera verdad. Y no paró hasta que se dio por satisfecho.
-¿Le han propuesto dirigir a usted? ¿Aceptaría si lo hicieran?
-Creo
que se me daría bien dirigir a actores. Pero no tengo ni puta idea de
cine. Quiero decir, no sé dónde hay que poner la cámara. Si dirigiera
haría lo que me diese la gana y saldría todo rarísimo. Pero dirigir
actores sí se me daría bien.
-¿Qué puede contarnos de Memorias del calabozo, la película de Álvaro Brechner, en la que interpretará a José Mújica?
-El
rodaje comienza en marzo. La historia gira en torno a tres personajes
reales que estuvieron detenidos en condiciones muy duras durante la
dictadura en Uruguay: José Mújica, Eleuterio Huidobro y Mauricio
Rosencof. A Huidobro lo conocí el pasado verano diez antes de que
muriera. Fue muy generoso. También he podido hablar con Mújica. Ahora
vuelvo a Uruguay y espero que podamos encontrarnos. Llevo ya tiempo
preparando este trabajo y lo que tengo claro es que debo encontrar mi
Mújica. Evidentemente mi composición transpirará algo de lo que es él,
dado que además es alguien muy reconocible. Pero mi intención es hacerlo
mío para que parezca más real. Si no, corro el riesgo de que parezca
una caricatura.
-¿En qué película ha sido usted más consciente de que no ha dado todo lo que requería el papel?
-Es
una buena pregunta que intentaré responderte honestamente, pero parto
de la premisa de que tu trabajo termina confundiéndose con lo que la
gente cree ver en él. Mi hermano siempre dice que uno es lo que es y lo
que los demás quieren que sea. En Azuloscurocasinegro
estaba, como siempre, muy metido en mi papel y sin salir de él. Eso me
pasa, me lío a construir el personaje y no pienso en otra cosa. En Caníbal,
por ejemplo, un sastre que nos asesoró me dijo que un sastre siempre
lleva con él su centímetro. Así que yo iba a todas partes con mi
centímetro. Y me negaba a ir sin él. Una vez, en el rodaje, íbamos a
empezar una escena pero yo no llevaba el centímetro, así que me lié a
buscarlo. Y cuando Manuel Martín Cuenca me dijo que daba igual, yo
reaccioné como un Boris Karloff cabreado: de eso nada, un sastre siempre
lleva su centímetro. Para hacer de sastre necesitaba sentirme sastre.
Pero a lo que iba: un día, mientras hacíamos Azuloscurocasinegro, me
llevaron a una proyección de éstas de talonaje, de las últimas
secuencias grabadas. Yo había estado tan metido en mi papel que no me
había parado a pensar en la reacción que podría tener al verme en la
pantalla. Y no pude deprimirme más. No por la película, sino por mí. Me
decía: "Mira al Antonio de la Torre con esa camisetilla haciendo de no
sé qué. Quiere dar miedo y no da miedo ni de coña". Me pareció que no
pude haber hecho el ridículo de manera más espantosa. Pues bien, por
aquel trabajo me dieron el Goya y otros premios, y aquel papel lanzó mi
carrera. A mí me parecía una mierda y a la gente le parecía muy bueno.
-¿Y le ha pasado al revés?
-Sí,
a veces. Y se hace duro. A ver, soy bien consciente de que algún día mi
carrera se irá a la mierda. Pero fue un trago leer algunas cosas que se
escribieron, por ejemplo, sobre Gordos, porque
hacer aquella película me costó muchísimo. Pero vaya, ya soy menos
vulnerable a las críticas. Aunque no soy invulnerable del todo.
-Contaba
antes que gracias a Gerardo Herrero se sintió como un actor importante
financieramente hablando, pero ¿cuándo se sintió así en lo artístico?
-El disparadero vino en un mismo año con Azuloscurocasinegro y Volver,
donde yo tenía un papel pequeño pero que no dejaba de ser una muy buena
película de Almodóvar. Para mí, estos dos trabajos van de la mano. A
partir de entonces sí me percibí a mí mismo como actor, como un buen
actor. Pero bueno, esto no deja de formar parte del relato que hace cada
uno de sí mismo. Seguramente no será verdad, pero es mi relato. Y todos
necesitamos montarnos una película convincente respecto a nosotros
mismos para sobrevivir.
-¿Qué sensaciones tiene ante la próxima gala de los Goya?
-Ir
de perdedor está feo, e ir de ganador es de idiotas. Pero hacía tiempo
que no me veía con todas las posibilidades. De entrada, en las
quinielillas previas los ganadores son otros. Para colmo, estamos
nominados dos compañeros de la misma película. Y no creo que los
académicos que voten a Tarde para la ira me voten a mí. Votarán a Luis Callejo, seguro.
-Pero, ¿significa mucho para usted hoy ser un actor premiado?
-Los
premios nunca vuelven a percibirse como la primera vez, eso es seguro.
Pero he tenido en total nueve nominaciones en una década. Eso sí que es
una pasada.
-¿Considera una injusticia que haya contado tantas nominaciones y tan pocos premios?
-Se
trata de ver la botella medio llena o medio vacía. Hombre, no te negaré
que da coraje, un año se lo lleva Sacristán, otro Tosar, otro no sé
quién. Siempre hay alguien que se lo lleva. Eso es la botella medio
vacía. Pero veo la botella medio llena porque siempre estoy ahí. Todos
los años. Hace poco vi en Twitter un montaje muy gracioso que hizo
alguien en el que salía mi cara como protagonista en los carteles de un
montón de películas españolas recientes, Julieta, El hombre de las mil caras... En el de Un monstruo viene a verme el niño me miraba a mí. Ésa es mi forma de ver la botella medio llena, sí.
-¿Han cambiado mucho sus referentes en los últimos años?
-Siempre
he tenido mis referentes, claro, Robert De Niro, Al Pacino, Javier
Bardem y todo eso. Imagino que no han cambiado, que siguen ahí. Lo que
pasa es que ya no pienso en ellos. Ahora simplemente trabajo, soy yo el
que hace el trabajo, no tengo a nadie más en mi cabeza. Ya está.
Pablo Bujalance
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