Una de mis escenas favoritas de Torrente (otro día cito a Dreyer) es de
la cuarta entrega, cuando el protagonista pasa al lado de una mujer toda
de negro y toda tapada con su niqab. El bruto de Torrente se dirige a
ella: «La bruja, la bruja piruja. Eh, ¿dónde está la escoba? As-salamu
alaikum. Porompompero». Pero él no es distinto de Oriana Fallaci o
Marine Le Pen. La italiana, en su acto teatral con Jomeini, quitándose
el velo y llamándolo «estúpido trapo de la Edad Media». La francesa,
cancelando ayer una reunión con el Gran Mufti, máxima autoridad
religiosa del Líbano, al negarse a cubrirse la cabeza. Igualito que las
feministas suecas (ministras o no) durante su visita a Irán. El
problema, como dice la filósofa Amelia Valcárcel, no es ponerse un velo
aquí, es quitárselo allí. Y tampoco descarto la premeditación
publicitaria de Le Pen. Pero más Valcárcel: «No tenemos por qué
tolerarle a un imán lo que no le permitimos a un cura».
Rosa Belmonte
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