Nuestra presidenta Susana salió en defensa de sus polluelos. Ocho
millones de andaluces que al hablar ceceamos, prescindimos de las eses
finales y le damos algún que otro tajo a las terminaciones acabadas en
ado o en ido. La chanza, en esta ocasión había partido de un compañero
socialista. Lo de compañero, tal como está el partido, suena a
eufemismo, pero nos entendemos. El compañero es afín a Pedro Sánchez y,
parodiando burdamente a Susana Díaz, había enviado un mensaje a las
redes en el que anunciaba que «Quermo un PZOE ganadó».
La cosa es
antigua. El habla andaluza se asocia a incultura y pobreza económica y
mental. Más arriba de Despeñaperros pueden decir impunemente «la dije
que se quedara en casa», que es lo que el compañero le gustaría que
hiciera Susana Díaz, o en el País Vasco usan el condicional como un
pimpampum a la gramática «comería lo que comería le santaba mal».
Y así, sin la necesidad lingüístico-detectivesca de un Manuel Alvar,
podría ir cualquiera observando socavones por la carretera del habla a
lo largo de todo el país. Pero es el acento andaluz el que se presta al
chiste y al retrato de un población de analfabetos, vagos y medio
maleantes. Así que la presidenta Susana se vio en la necesidad de entrar
al trapo. Ella y sus acólitos. Y, como correspondía, lo hicieron con
exageración. La presidenta, al conceder no sé qué premio, exaltó a una
cantante como una mujer «orgullosa de su acento andaluz, que es un
acento de igualdad y tolerancia». Bueno. Tan igualitario y tolerante
como el acento gallego o el aragonés. Solo que el acento del que la
presidenta hablaba ya no era el del alma sino el del arma. El del arma
política. Porque las palabras del compañero la habían zaherido
doblemente. Por ser andaluza y sobre todo por ser la encarnación del
susanismo.
De ahí que del entorno de Mario Jiménez brotaran twiters en los que
los autores se confesaban muy orgullosos de ser del sur y remataban
dicendo «Soy andalú». Les faltó el «casi ná» y toda esa retahíla de
palabras amputadas y caricaturizadas con la que algunos ultradefensores
del andalucismo más cavernario pretenden comunicarse y normalizar
nuestra forma de hablar como hace o hacía un tal Juan Porras haciéndose
llamar Huan Porrah. Susana y el suanismo sangraba por el doble costado,
pero la presidenta hizo ver que sólo le dolía el pulmón andaluz y volcó
su respuesta por ese lado. Como diría un prehistórico literario se quedó
en la forma y eludió el fondo que es lo que viene haciendo desde hace
meses. Habla de trenes, de locomotoras, de vagones traseros y de los
lugares que ella ocupará según le dicten los compañeros (los compañeros
sin comillas), pero no habla de lo que debería hablar, y mientras juega a
ser sibilina, metafórica y tacticista cuando sencillamente lo que
debería decir de una vez es sí o no, con el acento que más le guste y
convenga.
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