No pensaba que eso de que la mejor literatura estaba en la televisión iba dirigido a las series, a las extraordinarias historias que nos acompañan durante años o incluso a la desviación de algunos ‘realities’ ficcionados. Ya empezamos a tener la sospecha de que encontramos folletín en las mismas entrañas de la actualidad. Cuanto más sabemos de este caso, más nos resulta que esta es una de esas ocasiones en las que la realidad amanece superada. Lo de las Aguas del Canal tiene pinta de convertirse en una novela por capítulos si es que no lo ha hecho ya. En algo que te dan mediante episodios marcados no sólo por lo que vamos sospechando que se hizo, sino por unas consecuencias dotadas de intrigas, rencores, espionaje y traición. No sabemos cómo terminará la miniserie. Ni siquiera estamos seguros de que haya mucha literatura ahí, dentro de esa trama, pero es que a veces la literatura te persigue y terminas viéndola en todas partes.
Para empezar, Esperanza Aguirre ya ha dimitido tres veces, no me digan que no es fantástico. Por este fascinante triplete, que incluso invita lastimosamente a reivindicar el verbo ‘tripitir’, Aguirre ya ha firmado su propio eslogan. Dimitir es como aquel chiste sobre dejar de fumar. «Es muy fácil, yo lo he dejado diez veces». Igual que con las puertas giratorias, tendríamos que tener a gente exigiendo que la dimisión obligue a unos añitos de barbecho, como para madurar al personaje. Ojo, que no hablamos aquí de resucitar cadáveres. Ya lo denunció Kathy Bates en ‘Misery’ cuando se quejaba de que la temporada de su serie preferida empezaba con un personaje que se dio por muerto en el episodio anterior, y eso le hacía sentirse a ella muy defraudada como espectadora. De esa falta de respeto es de la que hablo. Lo que el espectador percibe no sólo es decepción como ciudadano, sino una sensación generalizada de timo más una acumulación de casos aislados que resulta bastante sospechosa.
Hemos tenido también fotón de Rajoy pocas horas antes de la dimisión de Aguirre. Hacía ‘deporte’. Las comillas son porque lo único que distingue lo que hace Rajoy con ‘pasear’ es que lleva ropa de fitness. Esto me recuerda a cuando me enseñaron que si te paseas por la oficina con un folio doblado todo el mundo piensa que estás trabajando. Hace muchos años cuando fui oficinista comprobé que era cierto. Aunque algún día te podrán cazar. Basta con que la voz se corra, que por cierto: ¿hay alguien que no lleve años escuchando que había mamandurrias con lo del agua de Madrid? Otro día hablamos de la lentitud de la justicia. Ahora el escándalo discurre impasible entre himnos mortuorios. Primero con ‘El himno de la muerte’ y ahora con la locurilla de cantar ‘Cara al sol’ en un entierro. Hay que desconectar. La cosa empieza a volverse demasiado macabra.
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