Decía el maestro Boza Maljkovic que el primer beso nunca se olvida, esa Korac de 2001. Pero el último... El último es salvaje, arrebatador, en cierta manera inesperado. Y en realidad los malagueños siempre prefirieron un punto de anarquía e improvisación. El Unicaja, ha dado muestras a lo largo de su historia, tiene estrella, un ángel especial para conquistar triunfos anhelados. Y a la Málaga deportiva le hacía falta una alegría como ésta. Doble, además. Coincidían el martes en el aeropuerto Málaga y Unicaja. Vuelven como aviones de Gijón y Valencia.
El objeto del cortejo, la Eurocup, se resistió y parecía escaparse con el Valencia, el mejor equipo de la competición de octubre a marzo. Pero en abril levanta la copa de campeón un capitán dignísimo heredero de Berni, un Carlos Suárez extraordinario, soberbio, quien más creyó en la victoria junto a Alberto Díaz, el MVP de la final. El ADN de Los Guindos incrustado en todos los poros de su piel. Es él quien más lo merece, quien ha cosido una brecha que existía entre club y afición. Él estaba en 2007, hace 10 años, viendo en el Carpena la semifinal de la Euroliga ante el CSKA. Una década después es elegido el mejor jugador de la final mientras algún chaval que estuvo ayer en el Palacio sueña con ser él, pelirrojo de Málaga. La reacción de sus compañeros, que le mantearon y lo llevaron en volandas, es un reconocimiento a la labor de un chaval de 22 años que es un jornalero del baloncesto, al que nadie le regaló nada. Y comenzó con una visión de Eduardo García, el presidente a menudo denostado que toma el relevo de Rafael Fernández. Es el triunfo de Joan Plaza también, que hace mes y medio estaba con el crédito bajo tras perder en Vitoria. Ha transformado el previsible cambio de ciclo en una historia impresionante, con tres eliminatorias ganadas con factor cancha adverso, una gesta con poco parangón.
El objeto del cortejo, la Eurocup, se resistió y parecía escaparse con el Valencia, el mejor equipo de la competición de octubre a marzo. Pero en abril levanta la copa de campeón un capitán dignísimo heredero de Berni, un Carlos Suárez extraordinario, soberbio, quien más creyó en la victoria junto a Alberto Díaz, el MVP de la final. El ADN de Los Guindos incrustado en todos los poros de su piel. Es él quien más lo merece, quien ha cosido una brecha que existía entre club y afición. Él estaba en 2007, hace 10 años, viendo en el Carpena la semifinal de la Euroliga ante el CSKA. Una década después es elegido el mejor jugador de la final mientras algún chaval que estuvo ayer en el Palacio sueña con ser él, pelirrojo de Málaga. La reacción de sus compañeros, que le mantearon y lo llevaron en volandas, es un reconocimiento a la labor de un chaval de 22 años que es un jornalero del baloncesto, al que nadie le regaló nada. Y comenzó con una visión de Eduardo García, el presidente a menudo denostado que toma el relevo de Rafael Fernández. Es el triunfo de Joan Plaza también, que hace mes y medio estaba con el crédito bajo tras perder en Vitoria. Ha transformado el previsible cambio de ciclo en una historia impresionante, con tres eliminatorias ganadas con factor cancha adverso, una gesta con poco parangón.
Mientras salen estas líneas el parqué de La Fonteta es un
mapa de chinchetas verdes desde la altura. Una plaga que ha invadido
Valencia. Corretean los hijos de los jugadores, se abrazan los empleados
en la sombra que más sienten el club. Rosa, Ignacio, Mario, Diego, Ale,
Ángel o Javi, el club en mayúsculas. El Unicaja ha ganado la Eurocup
(58-63) con un partido que fue una operación a corazón abierto. Con
Brooks, el hijo de Louisville, donde nació el más grande, Muhammad Ali.
Qué partido del italoamericano, que tiene la imagen icónica del partido,
el tapón a Rafa Martínez para sentenciar el partido. Voló como LeBron
en Oakland, como si la vida fuera en ese balón. O Jamar Smith, que a los
incrédulos calló con dos triples en pleno éxtasis de remontada. Y así
el resto. Alen Omic, que convirtió el drama de su expulsión en una
anécdota. Intentó mediar cuando estaba en el banquillo en una disputa
entre Nedovic y Rafa Martínez y se ganó la descalificación. Parecía el
Gólgota aquello, pero quedaba Unicaja.
El pelirrojo se
había puesto las pinturas de guerra desde el primer momento y lanzó al
Unicaja a un parcial de 2-10, con todo cuadrado, detrás y delante. La
carta táctica de Pedro Martínez fue dejar a Dubljevic de salida en el
banquillo para que el montenegrino tuviera menos desgaste con Omic. Y
salió como un búfalo. Sastre había empezado a cambiar el partido desde
que el técnico local pidiera tiempo muerto (6-14), con dos triples. Y
Dubljevic lo puso boca abajo en un momento, con 12 puntos en seis
minutos. Un parcial de 20-4, con Smith y Fogg fuera de onda. Traqueteaba
el Unicaja, que tiró de orgullo y defensa cuando se vio 10 puntos abajo
(31-21). Era una situación crítica pero apretó atrás y fue conquistando
puntos a base de tiros libres y de grandes esfuerzos. Una plástica
bandeja de Nedovic dejaba el partido comprimido al descanso (33-30).
Volvió
a remar río arriba el Unicaja tras pasar por los vestuarios. Costaba
una barbaridad anotar una canasta. Y el Valencia parecía suelto, con
cierta suficiencia. Van Rossom marcaba la máxima distancia (50-38)
mientras el pelirrojo huía de las balas. Soberbio el malagueño, que
mantenía al equipo. Vino la bronca entre Rafa Martínez y Nedovic y la
descalificación de Omic, reglamento en mano sin objeción. Aunque, por
contexto, pareció injusta. 50-43 vencía el Valencia y el Unicaja se
quedaba sin su techo, con Musli aún sin estar en condiciones para jugar.
Nedovic quería pero no tenía las musas. Y jugó otro partido.
En
el último cuarto se entró en llamas. 56-43 mandaba el Valencia con un
triple de Van Rossom. Momento para rendirse. O para combatir. Y para
voltear una situación límite. El Valencia entró en colapso con la
defensa cajista, con un monumental Carlos Suárez que sacó del mapa a
Dubljevic. Superado el debate sobre si es tres o cuatro, se abre el de
si es cuatro o cinco. El capitán contagió fe y llenó de miedo al rival.
Actores inesperados, 0-18 de parcial y 56-61 a falta de dos minutos.
Increíble partido de Dani Díez, que agrandó su mano cuando las demás se
achican. Creyó el madrileño, que ha competido de manera espectacular en
los dos últimos meses. Y Jamar Smith, descatalogado, que tan pronto
genera tensión como amor. Metió los dos triples que obraron el sorpasso,
vocablo italiano en homenaje a Sergio Scariolo, con quien se vivió aquí
una escena similar en 2004. Como entonces, el Valencia volvió a
convulsionar y a tener miedo. Y la fe del Unicaja hizo el resto.
Fallaron Smith y Brooks para sentenciar. Metió dos tiros libres
Dubljevic y el partido se quedó en 58-61. El balón lo tenía Valencia a
20 segundos y buscó una jugada rápida para evitar la falta cajista.
Llegó y Rafa Martínez pareció tener un triple claro. No contaba con
Brooks, el Samuel L. Jackson del Unicaja.
El final fue
algo ensuciado por Rafa Martínez, picado con Nedovic. A Brooks le
tocaron la cara buscando reacción y casi lo consiguen cuando tenía que
lanzar tiros libres para liquidar. Al final, tras un interruptus, el
Unicaja campeonó. Desde Málaga llegaba el retorno de la onda expansiva
de la alegría, del triunfo de la capital, de la provincia. De Andalucía,
que vuelve a ser campeona continental. En fin, el triunfo del Unicaja,
que dio el último beso. Y qué bien sabe, Boza.
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