No es imprescindible haber visto el vídeo unas cincuenta veces para poder decirlo: el alcalde sería la leche como hombre del espectáculo. En todo su mandato, Francisco de la Torre ha desarrollado diferentes propuestas escénicas que nos han permitido contemplarle en muchísimos roles, casi todos sin despeinarse. Se ha metido en un montón de jardines con los que ha trascendido de la retrógrada y mortuoria escena de colocaciones de primeras piedras y nos ha dado momentos deliciosos, como el que vivimos ahora, y que nos ha dejado hipnotizados.
En estos 17 años hemos visto al alcalde bailando maragatas, con sombrero de verdiales, cocinando arroz, jugando al pádel, bromeando con King África o practicando taichí. En la caseta de El Rengue, por poner un ejemplo con mucho mérito, el alcalde ha saludado a jubilados que son más jóvenes que él. De forma puntual como el posado veraniego de la Obregón, De la Torre nos deleita cada año con su arrebatador traje de baño de dos piezas (el bañador y el gorrito) antes de emprender la tradicional travesía a nado del Puerto, que lo mismo completa, nadando hasta el final. Lo único que echamos de menos fue verle duchándose con un barreño mientras le cronometraba su mujer, como aseguró que hizo durante la crisis de las tarifas del agua. Es verdad que el alcalde nos tiene acostumbrados a esto pero el mero hábito no elimina nuestra capacidad para la sorpresa.
Al principio y ante la mirada atenta del ciudadano Juan Cassá, al que quizás veremos en las mismas circunstancias algún día, De la Torre intentó vanamente pedalear sentado, práctica que quizá resulte más señorial si no fuera porque las bicicletas BMX se suelen manejar de pie. Cuando se hace sentado se queda uno en una postura más inclinada hacia la obstetricia o la tocología que hacia la verdadera acrobacia. Analizando el incidente comprobamos que es una tipología típica de caída en cámara lenta, no tanto como un hundimiento pero sí como un tenso derrumbe, y desde el principio parece inevitable a juzgar por el público asistente que parece jalear la caída o acompañarla con la voz. Pero si hay algo para lo que se tiene que tener estilo en esta vida es para caerse. Después de la culada, el alcalde se levantó con la cadera indemne y completó el recorrido, encumbrando todo el proceso con una frase muy suya: «El BMX es una práctica deportiva que tiene sus dificultades pero también su atractivo».
En realidad aquí la caída es lo de menos. El moratón no tendrá importancia porque este pequeño incidente queda empañado por la valentía de montarse, ya con cierta edad y simplemente por gusto, en una BMX delante de decenas de cámaras, dispuesto a recorrer un circuito profesional. Nadie querría tener un alcalde avergonzado, triste o pusilánime. Todo esto es mucho más entretenido así. El alcalde recuperándose de las minas que le ponen en su propio partido, ahora también en BMX. Un respeto.
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