Ahora bien, que una cosa sea teóricamente posible dista mucho de querer decir que en la práctica resulte realizable. Y en política, lo que no puede realizarse no cuenta, más allá del eventual efecto propagandístico, y aun este debe sopesarse con cuidado: la moción de censura que en su día presentó Felipe González contra el Gobierno de la UCD, pese a salir derrotada, propulsó la figura del entonces líder de la oposición y algo sumó en su posterior victoria electoral. Sin embargo, no conviene olvidar que ello fue posible gracias a la habilidad y el carisma del político sevillano, verdaderamente excepcionales. No es lo común que un revés aumente el prestigio de uno.
La moción de censura con la que en estos días coquetea el segundo partido de la oposición, estorbando de manera notoria el proceso de primarias en que se halla inmerso el primero, presenta escollos de muy difícil superación, por lo que cabe desconfiar de la intención real de presentarla. Es el primero de ellos la vigencia de un pacto entre el partido del gobierno y el tercer partido de la oposición, sin cuyos votos sólo queda la opción de aglutinar una pléyade de siglas, incluyendo algunas empeñadas de manera pública y entusiasta en la desintegración del Estado y en la ignorancia de la Constitución y las leyes; algo con lo que los socialistas sólo podrían transigir aceptando un riesgo cierto de autodestrucción electoral, y en ningún caso mientras se ventila la espinosa cuestión de su liderazgo.
Y aun si esto fuera salvable, que no lo es, quedaría una objeción metodológica: la de dejarse llevar a un expediente excepcional, y excepcionalmente penoso, el de la moción de censura constructiva, al dictado de quien en su día impidió el normal desplazamiento del poder del Partido Popular a través del mecanismo ordinario de la formación de una mayoría que no sólo era viable, sino que estaba casi fraguada. Quien prefirió entonces dejarse llevar por sus tácticas partidistas mal puede, ahora, andar embarcado en algo sustancialmente diferente. En esas circunstancias, pensar siquiera en un proyecto de gobierno resulta frívolo, por no decir insensato.
Guste o no, para desalojar del poder al partido que lo ocupa, pese a sus escándalos que ya entonces eran bien conocidos, no queda otra que exponerse a otras elecciones. Y algo más: ganarlas.
Lorenzo Silva
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