He visto cosas que no creeríais. Batirse en una moción de censura a una chica de 29 años y cuatro en política con el mismísimo presidente de mi país. Un país que a mí me gusta. Aunque no me gusta todo lo que ocurre en mi país.He visto a un profesor con coleta y la camisa por fuera medirse en el Congreso durante horas, sin papeles en las réplicas, con el mismísimo presidente de España (investido por los votos y vestido con traje y corbata habituales). Y viceversa, al maduro gobernante medirse con él.
Ambas cosas conllevan un gran mérito si no se hace el ridículo al preparar y luego afrontar el envite. Y no es verdad que se hiciera el ridículo, al margen de desaforadas e intestinas opiniones de parte. Emociona la democracia cuando se practica, a pesar de todas sus debilidades y desencantos.
Creo que hemos ganado todos con la emoción de la moción, de censura. Y no me duelen prendas en parecer poco mordaz. Resulta fascinante verles trabajar en el hemiciclo, irse a comer a las seis de la tarde y presuponer, al menos, que nuestros principales políticos se hayan mantenido aplicados la noche de antes del debate parlamentario. Había mucho trabajo previo en los discursos escritos. Momentos de brillantez en la comunicación política con que fueron interpretados y descubrimientos notables que aportan pistas de futuros castings electorales.
Rajoy es un excelente parlamentario y va a mejor todavía. Creo que las caras de satisfacción de Pablo Iglesias mientras el presidente ocupa el estrado son reales. Probablemente, como profesor de Políticas, le admira en esa faceta. Aunque no en ninguna otra.
Sorprende que Rajoy se bregase con Irene Montero. Con su decisión, el Gran Líder del PP se reivindica a sí mismo como tal, taponando un escenario adecuado a alguna delfín quizá ya necesaria –o no, que diría él–. Sin embargo sí le dio altura a quien, presumiblemente, pensaba que no la iba a tener, a la también sorprendente Irene Montero. Si templa su agresividad, escapando a la sombra muy cercana de su jefe de filas que no le hizo sombra, y resiste los años venideros, esta mujer promete dimensionarse políticamente. Puede empezar por darse cuenta de que cuando comenzó sus dos horas de intervención diciendo que la democracia pide paso, ella ya estaba dentro de la democracia.
Como lo estaba la presidenta del Congreso, en su sitio. «Señorías, aquí sólo tiene uso de la palabra el orador y quien no quiera seguir el debate que salga del hemiciclo», les soltó Ana Pastor básicamente a los suyos, trabajando para todos, cuando hablaba Montero.
La casi decimal Ana Oramas se volvió un número entero en uno de los más inesperados y duros enganches con Iglesias. Ocupó muchos más espacio en las redes sociales que el que jamás ha ocupado en el Parlamento (a pesar de su reciente pacto para aprobar los PGE, que ha dado más foco mediático al canario Toledo, por haber sido exsocialista y el último novio con escaño que el PP necesitaba para la mayoría final).
También la pelea entre Albert Rivera e Iglesias dejó claro cómo han ido perdiendo el buen rollito inicial, cuando ambos venían a regenerar esto desde posiciones que iban del pelo corto y la chaqueta a la melena y los vaqueros y la camisa desabrochada. Y respecto al PSOE, el silencio de Sánchez gritaba su reproche a Iglesias por cuando pudo ser y no fue. Y no fue Sánchez, por eso, de oyente al debate. Aunque el nuevo portavoz, Ábalos, que parece más sólido que su antecesor, el ´traidor´ Hernando, lo dejó claro. «Las abstenciones también valen».
Podemos sumó el primer día de la moción más de cinco horas de protagonismo parlamentario entre el discurso de Montero y el de Iglesias. Y luego muchos minutos más en las réplicas y contrarréplicas en estos días de debate. Mientras el PSOE sigue sin poder estar del todo (y si es que sale un todo del Congreso socialista de este fin de semana), los morados han hecho de segundos. Y Rajoy ha dejado claro que sigue siendo el primero en el Congreso. A diferencia del 80, cuando Felipe González se consolidó para la Presidencia del país en aquella primera moción de censura de la democracia española, y del 87 en la segunda que defenestró al popular Hernández Mancha, este moción de 2017 ha servido al pseudocandidato y al censurado por igual. «Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras» –aunque la frase tampoco sea del Quijote, otra posverdad-.
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