Desde que las nuevas tecnologías entraron en nuestras vidas las relaciones humanas cambiaron para siempre. Por un lado, nos acercan al instante a personas que viven a miles de kilómetros. Pero, por otro, nos alejan irremediablemente de los que tenemos más cerca.
Volviendo hace unos días a casa después del trabajo lo vi claro. Cuatro amigas, parecían turistas de visita por Málaga, estaban sentadas en una de las mesas de una terraza de un bar del centro. No hablaban entre ellas, cada una con su teléfono móvil en la mano estaba sumida en su particular conversación ajena al momento que estaba viviendo en realidad.
Aunque no es la primera vez que descubro con horror como los móviles han ido ganando terreno en nuestras relaciones personales, reconozco que esa estampa me impactó y me hizo pensar cuan esclavos somos de ese aparato que nos hace perder la perspectiva de lo más importante y cercano.
Todos hemos sucumbido, de una manera u otra, a sus encantos, pero me niego a perderme unas risas con mis amigas, una interesante charla con mi marido al final del día o la sonrisa de mi hijo por la mera curiosidad de comprobar quién ha tuiteado qué o si alguien ha actualizado su Facebook para contar lo feliz que está de vacaciones o la última monería de su perro.
Ciertamente hemos perdido la perspectiva por completo con las redes sociales. A veces estamos más preocupados en contarle a los demás a través de ellas lo que estamos haciendo, para que vean lo bien que lo pasamos y lo completas que son nuestras vidas, en lugar de disfrutar realmente del momento. Y eso, señores y señoras, es patético.
Las redes sociales han fomentado esa falsa creencia de que si no cuelgas una foto en un concierto, una cena, la playa o un viaje, tu vida es poco menos que aburrida y triste. Cuando para mi lo triste y aburrido es verdaderamente el hecho de que haya quien vaya a este tipo de acontecimientos pensando en compartirlo de forma inmediata con sus seguidores.
Dónde quedaron esos momentos de intimidad, de disfrute, de privacidad al fin y al cabo de tu vida. Lógicamente cada uno pone sus límites. Por supuesto, libertad toda la del mundo para hacer lo que cada uno considere más oportuno. Yo, desde luego, me quedo con el disfrute del momento para mi y los que lo vivan conmigo.
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