Hay gente que parece que acaba de descubrir que en la feria se bebe. Y mucho además, incluso demasiado. No se sabe muy bien qué idea tendrían sobre lo que son las fiestas de la ciudad. De cualquier ciudad. Se bebe ahora, se bebió antes, incluso en los gloriosos años flamencos, y se beberá siempre. Que nadie se lleve a engaños. Que una feria es lo que es: beber, comer, echar unas risas con los amigos y ligar (el que quiera y pueda). Por eso es una fiesta que disfrutan especialmente los más jóvenes y que se desarrolla según los parámetros de los gustos juveniles del momento. Es ridículo pensar que todos se vistan ahora de flamenco como en los ochenta, años en los que se hacía porque se pusieron de moda (entre los más jóvenes también) el flamenqueo en forma de sevillanas y de rumbas. Ahora triunfan los ritmos y los cantantes latinos, por lo que lo normal es que se muevan al ritmo de 'La gozadera'. Y no pasa nada, sino todo lo contrario.
En esta feria ha habido un gran ambiente y el centro ha vuelto a ser el gran triunfador de los dos escenarios, pese al abandono municipal. No hay decoración más allá de los toldos patrocinados, no hay música ambiente salvo en la plaza de la Constitución. Y la ridícula limitación horaria ha vuelto a quedar en entredicho, porque la muchedumbre se la ha soltado a la torera. De los escasos escenarios oficiales de fiesta pasaban a partir de las seis a las puertas de los bares de copas, que sin duda y sin que hayan tenido que currárselo mucho se han convertido en los grandes beneficiados de esta miopía municipal. Ha habido excesos, como siempre. Lo que ocurre es que ahora responden a la sociología del momento. No hay que perder de vista para situarse que uno de los programas favoritos de la gente joven es 'Mujeres, Hombres y Viceversa' o 'Adán y Eva'. Antes a nadie, ni siquiera cuando iba borracho, se le ocurría despelotarse, pero ahora que se ha perdido el pudor se dan casos, aislados afortunadamente, de majaras que se quedan en pelotas por hacer una gracia, aunque no la tenga. El problema es que estas situaciones se dan a lo largo de todo el año, no solo en feria. Basta ver los cada vez más frecuentes reuniones de despedidas de solteros. O de solteras. Pero es lo que hay. Y hay que aceptarlo, sin escandalizarse, que tampoco es para tanto, siempre y cuando no provoquen incidentes. Los maleducados han existido siempre y hay que tratarlos como tales. Por fortuna, la inmensa mayoría no es así.
Los responsables políticos deben quitarse la venda de los ojos y no mantener un status quo propio de los años setenta u ochenta. Las peñas, con todo mi respeto hacia ellas porque hacen además un esfuerzo económico, ya no pueden ser el eje vertebrador de la feria por una sencilla razón: ya no lo son. Estos colectivos tuvieron su razón de ser hace muchos años, pero los jóvenes, que son el alma de la feria, no pisan una peña el resto del año. Les suena a chino. El Ayuntamiento tiene que reaccionar y dar aún más brillo a la feria. Sin complejos. Teniendo claro lo que es una fiesta de estas características. Málaga puede sentirse orgullosa de la feria del centro, pese a que haya sitios donde se celebra el botellón. Como en todas las fiestas de España. También hay miles de feriantes bebiendo y comiendo en bares o restaurantes. Baste como ejemplo El Pimpi, que ha llegado a atender en un día a 15.000 personas. Esas no estaban precisamente de botellón. Miles de personas vienen a disfrutar aquí de estos días. Y lo hacen. Se divierten. Basta darse una vuelta. No nos flagelemos tanto. Málaga tiene una gran feria, pero puede mejorarse. Algo tendrá el agua, o el Cartojal, cuando lo bendicen los turistas.
Al equipo de gobierno lo que se le puede recriminar es que haya entregado el centro a los jóvenes, pues ha creado un gueto para la gente de más edad, a la que se les 'condena' a ir al descampado del real a disfrutar de una zona más tranquila o tradicional. En el centro hay espacio para todos. Deben perder ese miedo y oír el clamor de los ciudadanos. También para los que les gustan los paseos de caballos. ¿Qué problema habría en hacer un circuito por la Alameda y el Parque? ¿O bordeando la almendra del centro? Sin duda daría otro aire más tradicional que se complementaría con las tendencias juveniles del momento. Los carricoches podrían instalar en el puerto, en la zona donde iba a el auditorio. Nadie echaría en falta el real, donde cada vez hay más casetas de bares y discotecas del casco antiguo. Hay que ser valientes y cerrar Cortijo de Torres. Hay posibilidades para mejorar, de hacer aun más grande la Feria de Málaga. Pero hay que saber lo que se quiere y de lo que se trata. Saber, por ejemplo, que en estas fiestas lo normal es que la gente beba.
Javier Recio
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