De nuevo espanta una violencia tan grande. Un chico italiano ha muerto a patadas de otros chicos de origen ruso. Los tres jóvenes agresores, incluido el que le dio la patada mortal, acumulan la testosterona en sus bíceps por las horas de gimnasio invertidas en sesiones de lucha que parecen ejercer presión sobre sus rostros. La versión policial dice que todo empezó con un empujón, sólo eso, en una discoteca de Lloret de Mar. No dejo de ponerme en la piel de su familia viendo cómo muere su hijo en un vídeo publicado que alguien grabó durante la pelea. Un vídeo que, al menos, ha servido de prueba irrefutable para que el juez sepa sin lugar a dudas cómo murió el desafortunado muchacho. Escuchar al padre del chico apaleado calificar por teléfono de bestias a quienes terminaron con su hijo como si fuera menos que un animal estremece. Soy padre y algún día mi hijo saldrá solo a la calle, sin su padre o su madre de la mano, como salí yo y viví en ella tantas cosas.
Los telediarios se están llenando de vídeos que inundan las redes sociales en un contagio que no siempre, atendiendo al contenido de esas grabaciones, resulta periodístico. Los equilibrios entre informar, como servicio al que tiene derecho la ciudadanía, y obtener beneficios que amplíen la cuenta de resultados del medio hace ya tiempo que andan quebrados. Pero algunas de esas imágenes, "robadas" mientras se producen unos hechos que no siempre son solventemente explicados, sirven para tener claras algunas cosas. Y ahora me refiero a los vídeos grabados durante el paro de los taxistas malagueños en protesta por el "intrusismo" de los conductores de Cabify.
Alguien a quien respeto me reconvenía en Facebook sobre la difícil tensión que se producía entre los trabajadores que reivindican un aumento de su escaso sueldo y ciudadanos que en pleno agosto sufren las consecuencias de una huelga como la del aeropuerto de El Prat (algunos de ellos sin trabajo o falsos autónomos en precario, como mis amigos afectados, o con trabajos que no llegan a ser mileuristas y a quienes nadie defiende ni tienen capacidad para ejercer presión social si se pusieran en huelga ni poseen cobertura sindical alguna) Aunque lo intenté, sé que el debate no se puede zanjar con el argumento de que las herramientas del siglo XX ya no sirven para el XXI, además de que muchas cosas se han hecho mal, incluso por los que andan enrocados en su crítica a un capitalismo que ya no es éste y por los propios sindicatos que, siempre necesarios, se han desacreditado en parte a sí mismos. Pero en el problema del taxi -algunas de cuyas reivindicaciones son razonables y de defensa propia y habrían de ser atendidas desde una legislación adecuada- los taxistas pierden la razón cuando asustan y amenazan a los otros conductores zarandeando sus coches con ellos dentro o propinando algún guantazo o empujón -cuidado con el empujón- Esto al margen del siempre discutido asunto de la responsabilidad que asumen en la lógica de perjudicar durante la Feria a otros ciudadanos -habitantes y turistas- para ejercer así una mayor presión con sus demandas.
Da pavor pensar que alguna vez el agredido respondiese con fuerza, porque quizá ya la violencia se haría dueña de ese momento, en ocasiones con mal desenlace. Por eso cabe exigir a los dirigentes del taxi (dentro de cuyo seno también se producen desigualdades entre algunos autónomos y asalariados) que eviten estas actitudes que ni a ellos benefician. Nadie querría escuchar en el telediario a un hijo diciendo que unos taxistas malagueños agredieron a su padre como si fuese un animal, cuando éste intentaba ganarse la vida con otro sueldo de mierda.
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