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De nuevo, frente a la ensenada de Valdevaqueros, en Tarifa, podría levantarse una macro-urbanización con hoteles incluidos, una vez que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía haya anulado el Plan de Protección del Litoral con el que la Junta de Andalucía establecía una barrera de 500 metros para no enladrillar la costa. La noticia, que ha trascendido hace unos días, vuelve a poner sobre la palestra el modelo de turismo por el que debiéramos apostar para que la primera industria de la provincia sea sostenible y no terminemos matando a la gallina de los huevos de oro.
No es el único disparate urbanístico que acecha a medio plazo, después de esta resolución y en base a algunos precedentes legales. Desde hace once años vienen planificando una expansión hotelera en la zona de El Palmar, dentro del término de Vejer de la Frontera, desde el camino de Marcucaña a la playa de Mangueta, en una iniciativa controvertida que lleva sobre la mesa desde entonces y que ni siquiera amparaba plenamente el plan de protección al que se ha dado la puntilla y cuyo texto rezaba al piel de la letra lo siguiente: «El POT fija zonas de interés territorial y limita los usos que se puedan destinar debido a sus valores como territorio natural y paisajístico. El litoral se protege mediante el establecimiento del corredor litoral (200 metros) y la zona de influencia del litoral (500 metros), en los que se prohíben usos residencial e industrial y se fomentan los equipamientos y usos hoteleros».
Las contradicciones en la normativa urbanística y los distintos niveles de decisión a escala administrativa tampoco han contribuido a disipar dudas sobre este nuevo intento de masificación de la costa gaditana: en el PGOU de Vejer, de 2007, se contemplaba la posibilidad de construir dos zonas residenciales y unas 1.200 plazas hoteleras, aunque tres años después se descartó la construcción de un campo de golf en esa misma área.
Mientras la turismofobia aflora en distintos lugares de la Península, desde Baleares a Cataluña, Cádiz se aferra, sin embargo, al turismo como un clavo ardiendo para la creación de empleo, aunque las cifras de contrataciones dignas y la precariedad extrema del sector contradigan abiertamente el optimismo de las cifras de ingresos que maneja el empresariado.
El caso de la capital gaditana puede ser un paradigma sobre la necesidad de un debate amplio sobre este particular: la arribada de cruceros al muelle supone, desde luego, una inyección de colorido y de euros para las calles y el pequeño y mediano comercio. Sin embargo, en gran medida los grupos turísticos relacionados con esta actividad se desplazan a otros lugares próximos, como Jerez de la Frontera o Sevilla, donde los servicios y atracciones que se ofertan quizá responda mejor a las expectativas de los viajeros pero, especialmente, a las de los turoperadores.
Desde el panel irregular de los alojamientos turísticos, a menudo sin establecimientos de mediano calibre y con cierta falta de regulación en determinados paraderos, al factor del levante como un elemento disuasorio o atractivo, según los casos, haría falta reflexionar en voz alta sobre la primera industria provincial. Los especialistas en la materia llevan haciéndolo desde hace tiempo, sobre todo a la hora de planificar las campañas de captación de clientes, aunque quizá debiéramos apostar por una reflexión transversal, que interese a los distintos organismos públicos con responsabilidad directa o indirecta en la materia, y a la sociedad civil que pueda aportar ideas para incrementar la rentabilidad y, al mismo tiempo, proteger el medio.
¿Tiene sentido, por ejemplo, que la antaño exótica Bolonia se convierta ahora en un enorme estacionamiento de utilitarios con un parque de sombrillas porcentualmente similar al de Benidorm? ¿No sería viable la creación de una bolsa de aparcamientos en el cruce de la N-340 y la utilización de lanzaderas para llevar a los usuarios hacia el viejo paraíso jipi? Un simple ejemplo, quizá, de la necesidad de aportar imaginación antes que desarrollo al DAFO del turismo provincial.
A Javier Krahe le solicite en cierta ocasión un artículo sobre Zahara de los Atunes, su patria profunda y en donde la muerte vino a recogerle. Se negó durante largo tiempo alegando que no pretendía masificar aún más ese refugio costero al que se fue a vivir por temporadas cuando aún parecía virgen. Finalmente, escribió aquel texto, sólo que en el último párrafo jugó con la sorpresa: “Ahora, gritad conmigo, ¡Viva Zahara de la Sierra!”. También Krahe, que como bien es sabido no jugaba al militarismo, opinaba que la única batalla que había ganado el Ejército español en los últimos tiempos era la guerra contras las hormigoneras en el litoral de Cádiz, ya que las hipotecas territoriales del ministerio de Defensa, en esta zona, habían logrado frenar a las milicias de los especuladores, que campaban por sus respetos en otros puntos del mapa.
¿Tenemos el derecho de convertir ahora la provincia gaditana en una formidable máquina tragaperras por encima de la preservación de la belleza, que es uno de los principales alicientes para que alguien venga a visitarnos al país del viento? Hemos logrado vender bien los atractivos gaditanos. Ahora toca, sencillamente, conservarlos antes de que las piquetas de la ambición y una previsible turismofobia entren a demoler varias décadas de esperanza.
Juan José Tellez
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