viernes, 22 de septiembre de 2017

Festival de Canes ... por Txema Martín

Fascinado por una frase encontrada en un artículo de Pilar R. Quirós sobre el estropicio de la plaza de Camas, donde «los canes se lo hacen a placer», recordé aquella imagen reciente de los niños haciendo libremente la croqueta en el césped de esa plaza, con la indiferencia de los padres como cómplice necesario. La estampa de aquellos infantes mancillando su inocencia se me quedó grabada varios días todavía hoy perdura en mí aquella imagen.

Se entiende que los dueños piensan que sobre el césped no hay que limpiar nada. Lo verán una cosa natural, como el reencuentro urbano con lo silvestre. Para los perros, el césped debe resultar lo más parecido al inodoro de un hotel de cinco estrellas, porque también les gusta utilizar los montículos de vegetación que hay en las playas, donde luego se sientan a tomar el sol los estudiantes de idiomas, ajenos a todo; me recordó a nosotros, que una vez fuimos a Viena y entre museo y museo nos tumbábamos en el césped de sus hermosísimos jardines, hasta que alguien nos recomendó no hacerlo porque no estamos vacunados contra las garrapatas.



La plaza de Camas, una de las sedes del festival canino y con unos locales nuevos interesantísimos, es uno de los mayores fiascos de la ya de por sí errática Gerencia de Urbanismo municipal. Después de invertir 820.000 euros en una remodelación que no gustó a nadie (era un maldito solárium) tuvo que gastar otros 317.000 euros de pólvora pública para añadir sombras, luz y algo de vegetación. Lo hizo, para mayor diversión, calcando una plaza madrileña, tal y como publicó SUR en su momento. Ahora las zonas verdes de esta zona imposible se han transformado por sí mismas en un pipicán, y el resto de la explanada, que en verano tira para atrás, es un lugar de asueto toxicómano. Parece mentira que una plaza remodelada hace pocos años y tras más de un millón de euros tenga semejante nivel de deterioro. ¿Se pueden hacer las cosas tan mal? Sí, claro que se puede.

Hubo un tiempo en Málaga en el que pisar una caca de perro era de lo más común. Cada vez parece que lo es menos, y hay que reconocer que el Ayuntamiento, ahora en plena obsesión con el baldeo, está afanado en hacerlas desaparecer. Cuando teníamos asumido cierto nivel de sofisticación con la estupenda medida de registrar el ADN de los perros, el Ayuntamiento se suma a otras localidades malagueñas recomendando a los dueños que salgan a pasear a sus canes con una botella con lejía: «Al pipí de tu perrito, échale un chorrito» es un eslogan en verso que produce sentimientos encontrados. Es verdad que los orines en las calles no deberían quedar impunes, ni el de los perros ni de los humanos, pero suena raro que se recomiende a la gente ir con una botella de lejía por ahí. Desde luego, los vecinos y los perros no son precisamente los únicos responsables de que la ciudad esté como está.
Txema Martín 

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