domingo, 24 de septiembre de 2017

La cultura de otoño... por Guillermo Busutil

Me gusta cruzar ciudades en las que suena el otoño. Sentirlo bajo los pies de quien cree que la única frontera que se merece es la de las estaciones que decoran en lienzo la vida de los espacios. Los azules y los blancos que hilvanan el invierno de atmósferas frías y su belleza en silencio; los verdes subordinados en gamas que son variantes de su humedad y sus promesas espigadas; el resplandor anaranjado, añil y turquesa del verano adormilado entre la espuma y la arena; los amarillos, rojos y ocres del otoño arrullándose entre los árboles y el lecho de sábanas revueltas donde cada hoja parece un corazón o un pájaro crujiente. Cuánta riqueza sensorial de los paisajes y de las ciudades de la que nos hemos ido olvidando entre la deseducación de los sentidos impartida por el ensimismamiento virtual de lo tecnológico, las metamorfosis del cambio climático y la velocidad de la existencia actual que nos hurta el goce en la mirada. Casi no existen ya las estaciones, y apenas las diferencian el vello de la luz al amanecer o las temperaturas que definen la manera de relacionarnos con su piel. Sólo nos quedan las fechas de calendario y los sucesos que engloban desde su comienzo hasta el relevo de su tránsito. La Navidad, la Semana Santa, el final de los exámenes que califican el año, y el comienzo de curso cuando se dora la luz del membrillo del último septiembre, y la intimidad echa raíces en las playas con e el calor en rastrojo.

Siempre que puedo inauguro el otoño en un bosque encantado. Ecosistemas a contra luz de la naturaleza mudando de piel en las ramas y en el suelo donde las hojas y la flora parecen antorchas, se intuyen los duendes pelirrojos de la magia de la infancia, y podemos deleitarnos en la mansedumbre del silencio a punto de romperse por los ángeles que acuden a caminar descalzos. Desde niño he buscado en los bosques el susurro del árbol más viejo que a todos advierte del intruso, las texturas de la luz soñándose a sí mismos o jugando a ser un fantasma de niebla ; en el bosque de Paimpont en Rennes donde custodian sus hadas el sueño de Merlín; el maravilloso Parque Plitvice de Croacia con rocas de musgo, Patrimonio de la Humanidad y jardín del diablo; el Gorbeia vasco con sus endrinos, abetos Douglas y alerces japoneses; el maravillosos bosque de Oorsprong en Holanda o Los Alcornocales malagueños donde las 170.000 hectáreas de quejigos, rododendros, robles y acebos crean hermosas ilusiones ópticas. En sus soledades, secretos, extravíos y tiempo interior se comprende mejor la profunda naturaleza de la vida, de la felicidad y la vejez.

Cada otoño he procurado empezar en un bosque la estación de mi cumpleaños. Lo mismo que la celebro con la reentré cultural que nos incita de nuevo a coleccionar lecturas literarias, y a disfrutar de exposiciones y festivales. Como en este fin de semana en el que gracias al IV Festival Solidario del Comedor de Santo Domingo, cuya labor es dar de primero una oportunidad a muchos de los 1,3 millones de españoles sin ningún ingreso que llevarse a la casa, he descubierto el terremoto rojo con mantón envioletado y monólogo de tacón en fuego de Carmen González Rodríguez, y la exquisita elegancia de un junco negro con abanico blanco con el nombre de Nieves Rosales. Si Carmen es implacable pasión y territorio, Nieves es una impecable belleza de geometría y gesto que traza en el aire un poema o un cisne flamenco. Viéndola sobre la madera del Conservatorio María Cristina pensé que cuando hay de irme quiero que vuelen mi alma su baile y sus manos. No dudé tampoco lo mucho que hubiese enamorado en las noches bohemias y de cine de aquel Torremolinos por el que Europa desembarcó rubia y en topless de Gala, mientas el franquismo y la religión hacían la vista gorda y el turismo británico, sueco, literario, y de la liberación sexual y del exilio hacían de aquel pueblo un oasis donde nada era imposible. Torremolinos, destino y marca de una época a la que la revista Litoral le ha rendido homenaje con una fantástica edición de Alfredo Taján y un mapa de viaje a través de la arquitectura y sus hoteles, de la música, la literatura y sus nuits, sus personajes y sus transgresiones con más de cuarenta firmas presentando en La Casa de los Navajas un nuevo eslogan tajaniano: «lo que Picasso es a Málaga, Litoral es a Torremolinos».

No falta en la revista el paisaje mestizo de urbanismo y playa con iluminación nocturna de José Luis Bola. Uno de los fantásticos pintores malagueños con estilo y duende que bien podría colgar sus lienzos mediterráneos de las paredes de la galería de Ignacio del Río. Corazón auténtico de un soho municipal pero calle de encuentro sobre todo del arte y de la amistad en torno a su última celebración: Entremanos, una colectiva que reúne a un grupo de amigos de la Generación del 80. Sebastián Navas con sus no lugares hopperianos en delicada atmósfera entre lo noir y lo oriental; Chema Lumbreras lúdico con sus esculturas de criaturas animalizadas en metamorfosis; una línea que Paco Aguilar desliza a su universo surrealista donde la naturaleza es espacio y personaje; la capacidad y sugerencias del color de Queipo, invitado en ese grupo de mosqueteros plásticos inseparables que abrocha Rafael Alvarado con un neo expresionismo de carga social y sus homenajes al Martirio de San Bartolomé de Ribera con ecos de Millet. Uno de los maestros de ese museo imaginario del que leyó a Picasso explicándolo en los años setenta como un lugar que habita en la mente de los artistas, y los incita a leer a sus clásicos para reinterpretarlos con la mirada de su tiempo. Lo mismo que hizo el malagueño con tantos, y Bacon con el Inocencio X de Velázquez. Un estupendo inicio de exposiciones que tuvo la sorpresa inesperada de la panda de verdiales de Benagalbón como regalo a los pintores. Perfecto maridaje entre alta cultura y cultura del pueblo en una calle que un viernes al mes Ignacio del Río pone de moda.

Nada como el afecto, el arte, el pensamiento y la risa frente al desafío de una ficción nacionalista que impone la desobediencia, su superioridad moral y sus certificados de autenticidad contra Juan Marsé, Albert Boadella, Fernando Savater, Javier Cercas y aquellos intelectuales y ciudadanos que no dan su crédito a favor de que el "orden constitucional -húngaro, polaco y hoy, español- sea derrocado por la subversión de las normas democráticas en favor de un partido o coalición hegemónica y mesiánica teñida de desprecio y de suprematismo cultural" en clarividentes palabras de Maxime Fournes escritas en Liberatión. Lo curioso es que en este obtuso y peligroso desencuentro entre la sedición y el Gobierno de Rajoy existan personas con conocimiento que interpreten el activismo populista y la ficción de clichés exigidos como mantras como mejor aval para reclamar un Estado de Derecho por la simple (y compartida por mí) aversión a Rajoy y el rechazo a una España necesitada de que se la libere del franquismo. Menos mal que hay personajes incuestionables como Serrat contundente en ponerle sensatez y criterio a un panorama caliente, amenazado por lo que supondría una muerte accidental; por la posible creación de un Frente decidido a echar a Rajoy de su torpe enroque, a cambio de una ambición de poder sin discurso solvente; y por un incierto futuro entre la balcanización de España y una revisión de la Constitución que difícilmente contentará a todos, y relegará al sur.

El envés de este otoño es que se está deshojando España por las bravas, sin diálogo ni auténticas estrategias de Estado, más allá de tapar el hedor de las corrupciones compartidas y la embriaguez de un depotismo de cualquier ideología y que nada tiene de ilustrado.

Lo tengo claro más que nunca, contra la batalla y la violencia, cultura, mucha cultura.

Guillermo Busutil es escritor y periodistawww.guillermobusutil.es

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