El pasado miércoles 9 de agosto puse fin, tras 22 años y 7 meses (y estando aún en el ecuador del desarrollo de mi carrera profesional) a mi trayectoria laboral como cirujano en la Sanidad Pública. La decepción, el cansancio y el hastío de un sistema de salud imposible han machacado mi vocación de servicio público, que he defendido siempre como hijo de funcionarios que soy y grandes valedores de lo público, enseñanza en su caso, que han sido mis padres. A partir de ahora dedicaré toda mi actividad asistencial al sector privado, el único que de verdad ha valorado mi capacidad profesional y respetado mi trayectoria en los últimos años.
Cada vez hay más médicos que pasan del sector público al privado, ya sea a tiempo completo o bien a tiempo parcial compartiendo ambos escenarios profesionales. Y la tendencia es pensar que lo hacen por un interés personal o económico, que puede haberlo y es legítimo, pero en muchos casos hay también una necesidad de desarrollo profesional y de poder vivir en paz. Los servicios o unidades de gestión de los hospitales y centros de salud de la Sanidad Pública, dirigidos en ocasiones por profesionales de alta cualificación y liderazgo, están ocupados también en muchos casos por otros de marcada ineptitud que han sido enchufados a dedo como cargos de confianza (con matiz político, por supuesto) o a través de procesos de concurso-oposición podridos en los que se teatraliza la ausencia de competencia o bien, si ésta existe, se sabe de antemano quién va a ser el destinatario del puesto. Estos líderes de papel, no reconocidos por sus iguales, sino impuestos, reproducen patrones de comportamiento análogos en todos sitios y funcionan con dos premisas básicas: el rechazo al talento y el aprovechamiento de la responsabilidad asignada (pública, y que debe ser de servicio a los demás) para el beneficio propio.
He nacido, crecido y vivido como persona y profesional en Málaga. Adoro mi ciudad y me duele como mi casa que es. Estudié en Facultad de Medicina de la UMA y me formé como cirujano en Carlos Haya, donde trabajé desde 1995 hasta 2010. Fui el médico especialista más joven del Hospital, el cirujano que con menos edad realizó un trasplante y obtuvo su plaza de Profesor Asociado Universitario y, a fecha de hoy, sigo siendo el autor de los dos artículos con mayor relevancia científica (medido como Factor de Impacto) que se han publicado desde cualquier Unidad de Gestión Clínica o Servicio de Cirugía Digestiva de Málaga. Finalmente, fui el cirujano más joven en obtener su plaza en propiedad en el Sistema Sanitario Público Andaluz en la Oferta Pública de Empleo (OPE) de 2007 (con el número 21 entre más de 300 opositores), tomando posesión de la misma en mi caso en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla en abril del año 2010 tras la resolución final de dicha OPE; el paso siguiente debería haber sido, por pura conciliación de la vida familiar y la profesional, y al igual que ocurrió con todos los compañeros andaluces que se vieron en esta situación, obtener una comisión de servicios para poder seguir trabajando en mi casa, cerca de familia y en mi puesto de siempre. Dicha concesión, por cierto y de forma paradójica en Andalucía y por legislación, no sólo no es un derecho básico del trabajador, sino que es una potestad exclusiva de los Jefes de Servicio o Unidades de Gestión Clínica. Es decir, que se dan y quitan a dedo por decisión unipersonal de los que mandan.
El 23 de marzo de 2010, pocos días antes de firmar mi plaza en propiedad en Sevilla y toda vez que se me había prometido y asegurado la concesión de la comisión de servicios para seguir en Carlos Haya, fui llamado al despacho del Jefe de Cirugía de Carlos Haya, mi jefe entonces, (el mismo que tras ser nombrado en su cargo de mando intermedio varios años antes lo primero que hizo fue llamarme a su despacho y decirme que si de él dependiera me echaba inmediatamente del Servicio de Cirugía de Carlos Haya, cosa que no podía hacer, porque entonces yo era interino). Me indicó que por decisión suya, mi comisión de servicios no se iba a conceder porque yo no tenía los valores humanos y personales para trabajar en su Servicio, y que como el camino de Málaga a Sevilla daba para que se me aireara y refrescara la cabeza, allí iba a aprender durante unos meses cómo me tenía que comportar con él para volver a Málaga a Carlos Haya a trabajar en un plazo de tiempo que él decidiría. En su exhortación terminó advirtiéndome de que no debería decir a nadie la verdad de mi situación en Sevilla, pues él tenía amigos suyos vigilándome allí y si decía algo inapropiado no volvería nunca a Málaga. Esto no está sacado de películas como ‘El Padrino’, ‘Muerte entre las flores’ o ‘Uno de los Nuestros’, sino que lo viví yo en primera persona.
Las decisiones que se toman sobre nosotros, los profesionales, sobre nuestras carreras afectan a nuestras vidas y a nuestras familias de forma directa, que sufren y padecen de forma paralela. He estado 7 años y medio desplazándome a Sevilla cada día para poder ejercer mi puesto de trabajo esperando que el momento de volver a mi ciudad, a mi casa, a trabajar, llegase; no sólo no ha llegado, sino que sólo he recibido desprecio, ninguneo y pasotismo a todos los niveles de la administración pública andaluza, que me ha demostrado de forma clara que los profesionales no importamos ni valemos nada en este sistema de salud público, salvo que seas de la cuerda, amigo, rías las gracias o tengas el carné. Mi mujer, médico también y trabajadora del SAS en Carlos Haya, embarazada de nuestro segundo hijo en 2011, fue a pedir el fin de mi situación al citado doctor y obtuvo la respuesta de que la sartén por la mango la tenía él y que haría lo que quisiera conmigo. Mi madre, que sufría junto a mi padre inválido mi situación personal y profesional, fue a hablar con el susodicho, para pedir apoyo y recibió la cínica respuesta de que yo era afortunado, puesto que gracias a él podía trabajar en Sevilla en el mejor hospital público de Andalucía.
Esta situación profesional a la que me he visto obligado durante estos más de 7 años ha robado mucho tiempo de mi familia y de mi vida. Por eso he decidido decir basta y me voy. Mi padre, que falleció hace 3 meses y fue un gran luchador contra las injusticias laborales en el campo de la enseñanza, estaría orgulloso de mí por no haber permitido nunca que la mediocridad me doblegara y denunciar lo que por miedo la gente calla. Porque el miedo a hablar de las injusticias en los hospitales públicos existe de verdad. A mis hijos, que ya están en edad de preguntarme por qué no podía trabajar en mi ciudad (y lo hacían), nunca les podré devolver el tiempo perdido, en este caso robado. A mi mujer, Marta, gracias eternas por haber estado siempre a mi lado y haber sido mi gran apoyo. Sólo espero que las personas que desde sus puestos de poder actúan así puedan ser eliminadas del sistema de salud pública, destituidas, y no tengan nunca más la capacidad de hacer daño a los que entregamos nuestra vida laboral al servicio de los demás. Y que la gente de la calle entienda uno de los motivos por el que los profesionales también tenemos que irnos de la Sanidad Pública. Como yo acabo de hacer. Muy a mi pesar.
Cesar Ramirez Médico.
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