martes, 3 de octubre de 2017

Ética de uno ... por Pablo Bujalance

Las patrias nos mantienen en la dialéctica preilustrada. El rebaño podrá ser demócrata. Pero seguirá siendo rebaño
Respecto a la triste jornada de ayer, parece que los líderes encontraron aquello que habían ido a buscar, con lo que se puede concluir que perdió todo el mundo. O, mejor dicho, todo el que tenía algo que perder lo perdió sin remedio. Dado que resulta tremendamente difícil escribir sobre otra cosa, y dado que es importante que sigamos escribiendo sobre lo que nos dé la gana, propondré aquí mi lectura de los acontecimientos. Lo sucedido ayer en Cataluña, y en toda España, revela la necesidad de adoptar con urgencia una ética del individualismo. Sí, eso es: in-di-vi-dua-lis-mo. Seguramente no ha habido opción tan denostada, maldita, censurada, vilipendiada y arrastrada por el fango desde la Transición. Pero por mucho que la hayan cubierto de mierda, el individualismo no es sinónimo de egoísmo, ni de traición, ni de indolencia, ni de pasividad, ni de lavado de manos, ni de falta de compromiso, ni es contrario a las políticas sociales ni a la igualdad de oportunidades. El individualismo es la consideración de cada persona no por su adscripción a la masa, sino en virtud de su cualidad de ciudadano. El individualismo nos define, a cada uno, a partir de nuestros derechos y obligaciones, del fruto de nuestro trabajo y de nuestra contribución al bienestar de todos, no de la bandera común bajo la que tengamos amparo.

Al individualismo le trae sin cuidado dónde hayamos nacido, así como cualquier argumento relativo a identidades, lenguas, símbolos históricos y culturas compartidas. El individualismo es una cuestión de responsabilidad: cada ciudadano es dueño de sus actos y por eso responde ante ellos, sin apelar al seno de cualquier colectivo que pueda satisfacer sus intereses. El individualismo acude a las necesidades del otro en cuanto a otro, no en cuanto a compatriota, correligionario, afiliado o simpatizante. Porque sabe bien que la masa contribuye a la perpetuidad de determinados poderes, la evita como si de la peste se tratase. El individualismo cree en la fraternidad real, la que se labra día a día en la praxis concreta, no en la abstracción totémicaque dictan las agendas nacionales, lo que por otra parte no es fraternidad sino la manifestación más dañina de la ley del mercado. El individualismo exige a un Estado que permita su existencia: y es a tenor de esta permisividad como mejor podemos evaluar la calidad democrática de un Estado cualquiera.

El individualismo cobró mayor auge en los episodios más fértiles de la historia de Europa. Aquí, las patrias nos mantienen en la dialéctica preilustrada. El rebaño podrá ser demócrata. Pero seguirá siendo rebaño.

Pablo Bujalance


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