En las crónicas siempre quedará el trato que los cientos de miles de republicanos españoles recibieron al cruzar la frontera francesa tras la caída del ejército de Cataluña en 1939. Mujeres, niños, ancianos, heridos y soldados vencidos, casi medio millón de personas se vieron obligadas a abandonar su país. Más de doscientos cincuenta mil soldados republicanos fueron a dar con sus huesos en las playas de Argelés-sur-Mer, Saint-Cyprien y Le Barcarés, convertidas en campos de concentración.En los libros de Historia y en algunas buenas novelas -Max Aub, Ramón J. Sender- quedó recogida para siempre esa ignominia, el trato degradante y la consideración de presos que los soldados senegaleses enrolados en el ejército francés dieron a los españoles. Nunca más, vergüenza, oprobio, degradación... en los años de la posguerra se emplearon toda clase de fórmulas para repudiar aquel hecho inhumano e insolidario. Y ahora, aquí mismo, en Archidona, nos encontramos con cientos de inmigrantes encerrados en una prisión. Una prisión que todavía no ha recibido el bautismo oficial como prisión, alegan desde el Ministerio de Interior para suavizar el episodio. Excusa pobre ante un hecho que no sólo produce un oscuro efecto ético sino que contraviene todas las normas. Las del ordenamiento jurídico y las adoptadas por la Diputación Provincial de Málaga, que hace unos meses aprobó una moción según la cual se impide la existencia de cualquier CIE en la provincia. El Ministerio de Interior no puede ampararse en el carácter de urgencia. Es posible que en estos días haya habido un incremento de pateras y precarios barcos repletos de inmigrantes en las costas españolas, pero en ningún caso ese es un fenómeno nuevo ni inesperado. Llevamos demasiados años siendo los receptores de ese drama. Un drama que se presta a la demagogia y a las recetas mágicas y que entraña enormes dificultades no ya para ser resuelto sino siquiera para ser paliado. Pero en ningún caso esas dificultades justifican actuaciones como las que acaban de llevarse a cabo en Archidona. Juan Ignacio Zoido no viene dando muestras precisamente de ser un brillante ministro de Interior. Si esa cartera tuvo tradicionalmente una alta consideración por parte de los ciudadanos, traducida de modo regular en la alta valoración de quienes la ocupaban, en el caso de Zoido la tradición se rompe y hace aguas por demasiados puntos. Su gestión del 1 de octubre en Cataluña fue un verdadero fiasco cuando, después de venir anunciando categóricamente que no habría urnas ni papeletas ni asomo de referéndum, nos encontramos con varios millones de papeletas, miles de urnas y dos millones de votos, ilegales, pero votos. Además les facilitó a los independentistas las mejores fotos para la propaganda que andaban buscando. Las condiciones de vida de los policías en el famoso Piolín no fueron dignas. Y ahora Archidona. Un ministerio demasiado delicado como para estar entregado a la chapuza. Y un factor humano, el de los inmigrantes, demasiado doloroso como para quedar en manos de la improvisación y la vergüenza.
Antonio Soler
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