En los últimos días he leído no pocos artículos y opiniones que vienen a culpabilizar al sistema educativo, en mayor o menor grado, de asuntos tan turbios como el de la manada o del repunte de actitudes machistas a edades cada vez más tempranas. De entrada convendría apuntar un par de evidencias: la primera es que el sistema educativo español en general y andaluz en particular es muy mejorable en muy diversos aspectos. La segunda es que, ciertamente, estesistema debe asumir su responsabilidad al respecto y considerar en qué ámbitos ha fracasado, porque urge, más allá de los señalamientos, una evaluación rigurosa del sistema en toda su amplitud y una puesta a punto mucho más allá de la adquisición de competencias y los informes PISA. Sin embargo, tengo la impresión de que a menudo se tiende a hablar del sistema educativo, especialmente cuando se trata de denunciar sus carencias, como si se tratase de una entidad abstracta, aislada de la sociedad que lo sustenta. Cuando determinadas cuestiones se ponen feas, se recurre así al sistema como si fuese un señor incompetente, calvo, gordo y muy feo, metido en un despacho, al que echarle las culpas. Seguramente, que esa expiación esté siempre disponible servirá de alivio a quienes necesitan urgentemente alguien a quien condenar. Pero no es tan fácil.
Porque un sistema educativo no son sólo las escuelas, los profesores, los alumnos, los directores, los inspectores y la administración: también forma parte del mismo la sociedad en la que se inserta. Y no sólo a través de los padres de alumnos, sino de los valores y modelos que toda esa sociedad alimenta, que son los mismos de los que se nutre la escuela. Hay quien recurre al sistema educativo para exigir soluciones a los problemas sociales, pero no, el invento no funciona así. Si uno quiere una escuela o una universidad mejor, lo que corresponde es trabajar en pro de una sociedad más justa, amable y solidaria, y entonces el sistema educativo mejorará en consonancia: se hará más eficaz, más creativo y más capaz de educar en igualdad. La educación nos atañe a todos. Siempre conviene preguntarse qué puede hacer uno por mejorarla. En el colegio del barrio, en el instituto de la siguiente calle, en las comunidades de aprendizaje, allí donde quiera que se dé un proceso de enseñanza. Maldecirla sin más y tirarse de las barbas sale a devolver.
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