viernes, 17 de noviembre de 2017

Victimismos ... por Antonio Dieguez

A muchos de los que hemos vivido la Transición nos parece que tendremos que aguantar hasta el fin de nuestros días que los telediarios abran todas las tardes con una queja de los nacionalistas sobre algún nuevo agravio perpetrado por el «Estado español». El victimismo, especialmente el económico, ha sido un leitmotiv en el proceso que ha llevado a la (truculenta y dudosa) declaración de independencia en Cataluña. Muchos catalanes, y no solo los independentistas, están convencidos de que se invierte en Cataluña mucho menos de lo que se debería, y que Cataluña está castigada económicamente por otras zonas de España.

Lo que más molesta en esta queja, además de la reiteración, es que se piense que lo que ha hecho intolerable la permanencia de Cataluña en España es que una de las regiones más ricas de Europa tenga que aportar más a los fondos comunes del Estado que las regiones más pobres (España nos roba), como si los que pagaran impuestos fueran los territorios, y como si esa situación de riqueza relativa fuera un hecho natural. Porque historias más tristes de malquerencia histórica o de explotación económica las puede escuchar cualquier viajero por tierras andaluzas, sin que eso haya empujado a los andaluces a elevar a categoría ontológica su supuesta condición de víctimas.




Entre 1850 y 1865, Málaga fue la segunda ciudad industrial de España, después de Barcelona. En 1880 era ya, sin embargo, una ciudad arruinada. Sufrió entonces una primera oleada de emigración y solo fue levantando cabeza a lo largo de las siguientes décadas. En los años 60 del siglo XX ni siquiera el despegue del sector turístico fue capaz de dar trabajo a toda su gente, y experimentó una nueva oleada de emigración, esta vez a Cataluña y a Alemania. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue que nadie hizo nada para evitar esto?

En 1828 se habían levantado en Marbella los segundos altos hornos construidos en España. Los primeros fueron los de Sargadelos (Lugo), construidos en 1794. Hay incluso quien sitúa un alto horno previo en Cartajima, cerca de Ronda, a finales del XVIII. Los de Marbella, en todo caso, fueron los primeros dedicados a usos civiles. Casi todo el hierro producido allí se refinaba, moldeaba y forjaba en la ferrería La Constancia, fundada en Málaga a instancias de Manuel Agustín Heredia. Aquello, sin embargo, no podía durar mucho. Dejando de lado el hecho de que Málaga carecía de buenas comunicaciones con el resto de España, el carbón utilizado en Marbella era carbón vegetal, obtenido de los árboles de Sierra Blanca, de modo que ya a mediados de los sesenta del siglo XIX, estas industrias no pudieron competir con los altos hornos asturianos de Mieres (1852) y La Felguera (1859), que tenían el carbón mineral justo al lado, protegido además mediante aranceles frente al carbón procedente de Gran Bretaña.

Desgraciadamente, en aquel momento no hubo ningún gobierno dispuesto a gastar un dineral en una 'reconversión industrial', como ha venido a conocerse este venturoso gesto político en el siglo XX. No hubo nadie dispuesto a hacer lo que se hizo tras la muerte de Franco con la industria siderúrgica vasca y asturiana. Mala suerte. Eran tiempos más duros en los que nadie había oído hablar de solidaridad interterritorial.

También en la industria textil fue Málaga pionera. En 1847 los hermanos Larios y los sucesores de los Heredia fundaron Industria Malagueña, S. A. Funcionaba con máquinas de vapor. El algodón, el lino y el cáñamo eran traídos de Escocia y el carbón, de Inglaterra. En 1861 se había convertido en la segunda empresa textil española, tan solo por detrás de la barcelonesa La España Industrial. Su declive imparable comenzó en la década de 1880. La caída de los mercados, la bajada de los precios y la plaga de la filoxera, que arruinó los viñedos de la provincia, provocando una enorme crisis regional, fueron los principales factores que determinaron este declive de la industria textil malagueña.

Es una pena, pero tampoco allá por 1885 había ningún gobierno en España dispuesto a subvencionar los productos textiles malagueños, o a elaborar leyes proteccionistas, o a crear Zonas de Urgente Reindustrialización. Como sí los hubo, en cambio, en tiempos de Franco y después para proteger a la industria textil de otras partes del país.

Los nacionalistas catalanes nos reprochan vivir a costa de otras regiones, suelen poner como ejemplo el Plan de Empleo Rural, que desde 1989 viene completando un sueldo digno a los jornaleros que no consiguen cubrir más que unas peonadas al mes. Dado que nuestra principal industria es la agroalimentaria, el PER podría considerarse como el equivalente a una 'reconversión industrial', es decir, a una subvención pública para el mantenimiento de una industria que, en algunos lugares, no sale adelante. El coste desde su creación ha sido de 5.000 millones de euros. ¿Es esta una cantidad desorbitada? Por tener una referencia comparativa, es interesante saber que la reconversión de la industria minera, que se viene produciendo desde los años 90 y aún no ha terminado, y que ha afectado sobre todo a zonas del norte de España (Asturias, Teruel, León, Lleida...) ha costado ya unos 25.000 millones de euros; y la reconversión de la industria siderúrgica en los 80 en el norte de España (Asturias, País Vasco, Aragón, Cataluña -y Sagunto en Valencia-) tuvo también costes multimillonarios. Solo sacar a flote a Ensidesa costó 4.357 millones de euros. En cuanto a la reconversión de la industria textil catalana, entre 1981 y 1985 el Estado puso en ella algo más de 3.000 millones de euros. Saquen sus conclusiones.

No se me malinterprete. No estoy elaborando mi propio historial de agravios. No hay razón para quejarse demasiado. Todo esto pasó en el siglo XIX, y vascos y catalanes ganaron la competición en buena lid, aunque con alguna ayuda extra de los gobiernos de turno. Supieron hacerlo mejor o tenían mejores recursos. Pero la próxima vez que venga algún forastero a hablarme de la Andalucía subvencionada o del robo de impuestos que perpetramos los amodorrados andaluces a las zonas más industrializadas del país, le voy a invitar a una copita de vino de Málaga en El Pimpi y le voy a contar algunas viejas historias.

Antonio Dieguez

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