Suenan los primeros villancicos y siguen los górgoros del independentismo. De un puente de Barcelona han colgado como adorno navideño unos muñecos con los sellos del llamado bloque unionista. Simulan los cadáveres que siniestramente cuelgan de los puentes mexicanos. Lo próximo quizás sea meter a algún constitucionalista durante un rato en un frigorífico, al estilo de los últimos secuestradores. Junqueras y sus consellers hacen contorsionismo verbal para acatar el 155 aunque el fiscal asegura que lo hacen cruzando los dedos debajo de la mesa. Mientras, el gran Puigdemont, como los taxis contaminantes, arremete los días pares contra la Unión Europea y los impares es un entusiasmado europeísta. Hombre claro, estadista de convicciones firmes.
Que Cataluña es España lo demuestra el interés que despierta en el resto del país lo que allí sucede. Las elecciones que se van a celebrar, por muy carácter autonómico que quieran tener, no serán como las últimas elecciones al parlamento gallego ni al de Castilla la Mancha. Lo que se está cociendo en Cataluña será el guiso político con el que nos estaremos alimentando en los próximos tiempos. Y en eso andan los partidos. De modo que si siempre las campañas electorales son un mercadillo donde todo -empezando por la verdad- se rebaja, la que ahora está a punto de comenzar es una auténtica carrera de saldos y maniobras baratas.
En ese revoltillo de prendas usadas, Pablo Iglesias se ha vestido de estadista y va a recurrir ante el Tribunal Constitucional la aplicación del 155. El gesto, que muchos interpretan como un abrazo de Podemos al independentismo, no es más que una cabriola electoral. Iglesias, además de la coleta, tiene en su cabeza la idea de que es un renovado Maquiavelo. Un Boris Spassky del ajedrez político que siempre ve más allá que el resto de las personas, empezando por sus colaboradores, que pueden ser purgados en base a su miopía o su daltonismo. Así que no, Iglesias no abraza al independentismo ni lo contrario. Iglesias lo que hace es buscar votos desesperadamente, y los busca en esa ancha franja de catalanes que ni están conformes con la DUI y menos aún con la aplicación del 155. El líder de Podemos es consciente de la existencia de ese caladero y de que ahí puede estar la llave de la gobernabilidad de Cataluña. Vértice y vertebrador. El ser indispensable que surge del caos. Y naturalmente, ahí no acaba la cosa, porque la ambición de Iglesias es catedralicia. Cataluña como trampolín para el resto de España y un giro con el que insuflar ánimos a su alicaído partido. Si don Pelayo inició la reconquista desde Covadonga, Iglesias quiere hacerlo desde la vía Layetana. Que su recurso ante el Constitucional no tiene recorrido es algo que él sabe perfectamente. Pero el recorrido que él busca no es el de su recurso sino el de su mesiánica ambición. Otra cosa es que Cataluña sea la manta que le cubra el pecho y le deje los pies al aire. Pero eso el estadista Iglesias no lo contempla.
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