La fiesta de los verdiales se mantiene intacta ante cualquier interferencia de la actualidad
Hay una tradición en nuestra provincia que acumula ya más de medio siglo y que siempre que celebra alguno de sus inauditos brotes de expresión provoca en la audiencia un entusiasmo que resulta a la vez íntimo y trascendente. La Fiesta Mayor de los verdiales lleva resistiendo durante décadas a todo tipo de inclemencias, incluyendo a la política oportunista que acude a los verdiales en panda para petardear con su pandero una vez al año. Ayer en ese territorio independiente que es el Puerto de la Torre volvió a celebrarse otra jornada gloriosa, otra fusión inaudita entre el folclore y el trance. Un éxtasis que tiene en la uva de Moscatel un impulso psicodélico que eleva esta costumbre a ser lo que es. La repetición del ritmo también actúa como detonante. Si tuviéramos que salvar de un probable apocalipsis algún encuentro o circunstancia que definiera con tanto fervor aquello que somos o que hemos sido, sin duda sería éste. Bajo este ritual de origen enigmático, de un pasado más antiguo que el propio flamenco, no hay ningún otro festival de música moderna o antigua en el mundo que pueda presumir de semejante trayectoria y de seguir enseñando con su descarado exhibicionismo unas raíces tan profundas y tan hundidas en un mismo trozo de tierra. La tradición de los verdiales resulta asombrosa por su capacidad de mantenerse inmune a cualquier interferencia de la actualidad. Por eso permanece intacta.
La fiesta de los verdiales es el reflejo más puro y auténtico de la tradición más primitiva y ancestral. En el caso de la Fiesta Mayor, que se celebra cada año en el día de los inocentes, la mecánica de su organización resulta mágica, invisible e inmaterial como una ceremonia que se transmite de manera generacional. Es un placer advertir la presencia de tantos jóvenes tan implicados en una costumbre que es la senda de un rito ancestral que se mezcla con lo viejo, militantes todos de una práctica musical atávica y que presenta en su contenido una inimitable dimensión antropológica.
Siguen esperando el prometido parque de los verdiales que podría ofrecerle a esta costumbre el envoltorio que se merece. Ayer, en el escenario y bajo una carpa inmensa, se celebró este concurso anual en el que gana casi todo el mundo y que cada vez se parece más a una versión silvestre de Eurovisión. Siempre circulan rumores de tongo y hay pandas que terminan descalificadas por cualquier motivo. Lo mejor de esta fiesta ocurre sin embargo en los alrededores. Allí los verdialeros se reúnen para calentar o participar en sus gloriosos 'choques de pandas', colisiones rabiosas de células independientes en descampados o aparcamientos donde el concepto de verdial alcanza su máxima expresión bucólica, espontánea y que deambula en el concepto de la 'rave' más clásica que se puede uno echar a la cara. Si esta fiesta desapareciera no sería una pérdida para Málaga, sino para toda la humanidad. Por eso no debe dejarse jamás al abrigo de la intemperie.
Txema Martín
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