La tentación no vivía arriba ni llevaba falda corta. La tentación de Francisco de la Torre tenía que ver con el propio Francisco de la Torre, era su imagen reflejada en un espejo cóncavo, un hermano siamés envenenado de política y del que el alcalde no quiere separarse. Alejado de la política, De la Torre sería más un desterrado que un jubilado. Sería menos él, sería un De la Torre jibarizado, el hombre sin atributos de Robert Musil pasado por el Mediterráneo. Por eso el alcalde ha desobedecido el mandato familiar. En su familia pensaban que si abandonaba la política activa lo tendrían para él, pero el alcalde sabe que eso no iba a ser así, que quien estaría con doña Rosa y sus nietos sería un sucedáneo, un hombre pasado por el desguace.
Así que el alcalde, amarrado al palo mayor de un PP necesitado de referentes más que nunca, después de forzar al partido a que le pidiera formalmente la mano, ha dicho sí. Ha dejado que las sirenas familiares llenaran el aire con sus cánticos, ha escuchado su dulce melodía y a continuación ha seguido el impulso que lo viene guiando desde hace medio siglo. Política y más política. Impulso y también riesgo. Porque, por mucho que el alcalde disociara su imagen de la de su partido en las últimas elecciones y vuelva a recurrir a la misma estrategia en las próximas, las siglas del PP empiezan a tener un peso de plomo y pueden suponer un lastre demasiado pesado incluso para un candidato tan personalista como De la Torre. Los adversarios ya están trabajando en el desgaste. Un alcalde sin ideas, un partido sin recambio, un proyecto agotado. Ese será el mantra. Frente a la cantinela, una realidad: la de un alcalde que en la calle representa la transformación, el despegue y el orgullo de una ciudad demasiado acostumbrada al autoflagelo. Ese es el piano que el alcalde debe estar afinando sin parar de aquí a un año. Mucha precisión y mucha constancia en unos tiempos dados a la convulsión y a lo imprevisible.
Málaga es la ciudad más importante en manos del Partido Popular. Se la encomiendan a De la Torre y se santiguan. El cálculo nos dice que con esta elección el alcalde tiene mucho que perder y no tanto que ganar. La despedida le habría garantizado salir por la puerta grande, reconocido como un bienhechor de la ciudad. La apuesta por la continuidad va a suponer una larga campaña de desgaste que puede colocarlo a la cabeza de un gobierno muy precario con el que hacer frente a unos agujeros ciudadanos aparentemente insolubles -Metro, Guadalmedina, Limasa, Gerencia de Urbanismo-, o directamente en la bancada de la oposición. Elías Bendodo, para muchos el príncipe Carlos de esta historia, ha recogido los pétalos sueltos que el alcalde ha dejado tirados por el suelo y se dispone a deshojar su margarita particular. La sombra de De la Torre no sólo es alargada sino corrosiva.
Así que el alcalde, amarrado al palo mayor de un PP necesitado de referentes más que nunca, después de forzar al partido a que le pidiera formalmente la mano, ha dicho sí. Ha dejado que las sirenas familiares llenaran el aire con sus cánticos, ha escuchado su dulce melodía y a continuación ha seguido el impulso que lo viene guiando desde hace medio siglo. Política y más política. Impulso y también riesgo. Porque, por mucho que el alcalde disociara su imagen de la de su partido en las últimas elecciones y vuelva a recurrir a la misma estrategia en las próximas, las siglas del PP empiezan a tener un peso de plomo y pueden suponer un lastre demasiado pesado incluso para un candidato tan personalista como De la Torre. Los adversarios ya están trabajando en el desgaste. Un alcalde sin ideas, un partido sin recambio, un proyecto agotado. Ese será el mantra. Frente a la cantinela, una realidad: la de un alcalde que en la calle representa la transformación, el despegue y el orgullo de una ciudad demasiado acostumbrada al autoflagelo. Ese es el piano que el alcalde debe estar afinando sin parar de aquí a un año. Mucha precisión y mucha constancia en unos tiempos dados a la convulsión y a lo imprevisible.
Málaga es la ciudad más importante en manos del Partido Popular. Se la encomiendan a De la Torre y se santiguan. El cálculo nos dice que con esta elección el alcalde tiene mucho que perder y no tanto que ganar. La despedida le habría garantizado salir por la puerta grande, reconocido como un bienhechor de la ciudad. La apuesta por la continuidad va a suponer una larga campaña de desgaste que puede colocarlo a la cabeza de un gobierno muy precario con el que hacer frente a unos agujeros ciudadanos aparentemente insolubles -Metro, Guadalmedina, Limasa, Gerencia de Urbanismo-, o directamente en la bancada de la oposición. Elías Bendodo, para muchos el príncipe Carlos de esta historia, ha recogido los pétalos sueltos que el alcalde ha dejado tirados por el suelo y se dispone a deshojar su margarita particular. La sombra de De la Torre no sólo es alargada sino corrosiva.
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