Después de décadas de promesas, buena parte del agua que se transporta se pierde por las canalizacionesEs cierto que desde hace unos días las rogativas a la Virgen de la Cueva van en sentido contrario y más en esta Semana Santa que hoy se inicia con todas las miradas puestas en el cielo, como no podía ser de otra manera. Pero como ironizaba este viernes el alcalde de Alhaurín de la Torre, Joaquín Vilanova, no se puede estar toda la vida con el rezo a los santos para que caigan las precipitaciones.
Y, desde luego, la Junta, que asumió las competencias hace tiempo de las confederaciones hidrográficas con mucha alegría, ha decidido que el coste de ponerle velas a la Virgen es más asumible que el de las infraestructuras que se necesitan. Y hay que reconocerlo, hasta ahora la estrategia siempre le funciona. Diosle ha apretado con fuerza al Gobierno andaluz en el último lustro pero al final no lo ha ahogado con la sequía.
Tampoco es cuestión de cargar sólo las tintas contra el Ejecutivo autonómico. El Plan Hidrológico recoge casi una docena de medidas por una cuantía superior a los 400 millones de euros y más de la mitad deben ser sufragadas por el Gobierno central. Pero si la Administración más cercana descuida sus propios deberes es definirle luego irle con exigencias a la otra. Sobre todo porque en los recibos del agua se paga un canon de mejoras para el abastecimiento, que recauda la autonomía, y cuyo finalidad desconocemos. Las lluvias han evitado el tan temido decreto de sequía. Habría obligado a las huestes de Susana Díaz a afrontar obras de emergencia y a tomar medidas que, sencillamente castigan la ya de por sí maltrecha economía andaluza. Si recortas las aportaciones al campo, limitas el crecimiento de un sector en auge y que rinde cada vez más con las exportaciones. Si, por asomo, tomas medidas que afectan a la población, envías una imagen negativa al sector turístico, que para nada quiere problemas con suministros básicos. La solución está ahí. Estudiada y sin ejecutar. Con el recrecimiento de algunas presas, la eliminación de los aportes salinos en uno de los embalses del Guadalhorce o, finalmente, la opción de las desaladoras en las desembocaduras de algunos ríos. Pero, a estas alturas, y después de décadas de promesas de actuaciones inminentes, buena parte del agua que se transporta a través de las canalizaciones se pierde por el camino. Las dos costas ni siquiera están conectadas con tuberías como para poder trasvasar cuando se producen los excedentes. La Concepción ha tenido que desembalsar tras alcanzar el máximo de su capacidad.
Pero me temo que después de rezar a la Virgen de la Cueva ahora se pondrán a jugar al corro de las patatas.
Antonio Mendez
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