miércoles, 4 de julio de 2018
A los pies ... por David Trueba
Los grandes jugadores saben que un detalle lo cambia todo. Y también por eso están tan solos
Jugarse con los pies hace del fútbol un espectáculo imprevisible. Hace años, era más sencillo ver cómo un solo jugador genial era capaz de cargar con el equipo a la espalda y vencer a los rivales. Eso ya no resulta tan sencillo. Las estrategias defensivas han mejorado tanto que a ratos parece más fácil jugar contra los buenos que contra los malos. Las eliminaciones tempranas en el Mundial de las dos grandes estrellas individuales, Messi y Ronaldo, han aumentado la estima por los equipos donde militan. Algo del mérito que reciben en un mundo del espectáculo tan personalizado tendrán sus compañeros y técnicos. Pero la egolatría vende. Entre los periodistas deportivos siempre se impone un cierto fatalismo en sus relaciones con los jugadores relevantes. Tras encumbrarlos pueden llegar a intimar y tener cierta relación personal con ellos, pero se disuelve en cuanto expresan la mínima crítica.
La peor cara del periodismo deportivo es aquella que abusa del ventajismo de opinar con el resultado ya consumado. Así es fácil detectar todo lo que no funcionó o estuvo mal. El análisis serio, en cambio, te condena a ser presa de tus palabras y en ocasiones un resultado adverso te obliga a tragarte lo escrito. Así que se establece esa relación de paranoia e histeria entre los futbolistas y sus cronistas. Se quieren, se necesitan, se ven cada día, pero representan a cada paso la fábula de la rana y el escorpión que le pide ayuda para cruzar la charca. Cuando le clava el aguijón tan solo responde a su naturaleza. Es habitual que los jugadores pidan a los periodistas un apoyo acrítico y permanente. Pero, ¿qué pensarían de un presidente del Gobierno si exigiera a los periodistas en rueda de prensa que no le critiquen ni le midan el rendimiento de su gestión en aras del buen funcionamiento del país? Cada uno tiene que aplicarse a su tarea con honestidad.
Lo que sería deseable es que perder no se convirtiera en una enmienda a la totalidad. Lo imprevisible de este deporte obliga a ser más observador que dueño del martillo con el que golpear a favor del viento de un resultado ya conocido. El que gana no lo gana todo, y el que pierde no lo pierde todo. Los grandes jugadores han perdido tantas veces que en el fondo de su alma, por más copas y recopas que acumulen, permanece siempre el sabor amargo de algún episodio donde se vieron derrotados. Por eso son tan buenos competidores, porque saben que un detalle lo cambia todo. Y también por eso están tan solos.
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